miércoles, 28 de septiembre de 2011

Guía del soltero feliz. Regla 7: Confía en lo que diga la cama



Los solteros somos felices, todo el mundo lo sabe. ¿Que tenemos menos relaciones sexuales que el resto? ¡Falso! Mi “amiga” para esos casos, se llama Inga, aunque a esta hora lo mejor sería decir que ella lo era.
Se trata de una extranjera, amiga de mamá, que siempre nos visitaba en días de semana desde que yo era niño. Sin hijos y con una buena vida se mantenía bastante bien conservada para su edad.
Cuando crecí, comencé a hacerle visitas a Inga a su casa (por insistencia de ella), considerando que su marido nunca estaba porque atendía el negocio hasta la noche, incluso muchos fines de semana.
La verdad siempre la pasábamos bien y a ella le gustaba enseñarme y ahora, en esta sequía en la que me encontraba, comencé a visitarla más seguido hasta que llegamos al sábado pasado. Despues de varios "rounds" amorosos, los dos nos encontrábamos sin ropa tendidos en la cama, envueltos en esa rara felicidad de la que no era partícipe el resto del mundo.
El cuarto que usábamos, era como una especie de habitación de huéspedes que nunca se ocupaba, así que permanecía intacto para nosotros y el tiempo. Nos gustaba estar así, callados, largo rato, para retomar fuerzas y volver a empezar.
Inga, que ese día tenía una candidez especial, se había quedado dormida, con su cuerpo abudante expuesto, provocándome comenzar una vez más. Era como una película en sepia, que transcurría lentamente. Eso hasta que un juego de llaves en movimiento comenzó a escucharse fuera del apartamento.
Inmediatamente el sonido de las llaves introduciéndose en la cerradura de la puerta principal me puso en alerta. De un empujón y sin decir nada intenté despertarla, pero ella ni se inmutó. Comencé a sentir que el aire se me iba cuando ella abrió los ojos y me susurró: -Es mi marido- pelando los ojos como nunca.
Ambos saltamos de la cama desesperados. Apenas pude recoger mi ropa interior y mi pantalón, y ni siquiera puedo recordar cómo me los puse. Frente a mí, ella más serena se colocaba una bata rosada que encontró entre los montones de ropa que estaban tirados en el piso de la habitación. -Ahora sí me mataron.-Era lo único que pasaba por mi cabeza. Tenía unas ganas intensas de llorar.
Sentía cómo unos pasos lentos y algo arrastrados, comenzaban a acercarse. Ahora sí vi como Inga se desencajaba. La segunda puerta que intentó abrir fue la de la recamara donde estábamos. Aquel hombre comenzó, primero con suavidad y luego más bruscamente, a forzar la cerradura. -Métete debajo de la cama- me susurraba ella una y otra vez, suplicándome con ambas manos unidas.
Tratando de buscarle una salida a lo que estaba ocurriéndole, inmediatamente me incliné para hacerlo, pero ¡Sorpresa! El espacio entre la cama y el piso era tan estrecho que era inútil que intentara introducirme allí. No había forma de entrar. A pesar de todo, intenté meterme una vez más, pero fue en vano, ni la cabeza ni la cama cedían.
Afuera, los golpes a la puerta comenzaron a ser más violentos. El miedo se respiraba por toda la habitación. Los ojos de ambos, llenos de lágrimas, estaban a punto de estallar cuando de pronto el señor pareció marcharse. La calma aparente permitió que pudiésemos respirar otra vez.
Para nuestra desgracia la tregua no duró ni un minuto. Los pasos se acercaron nuevamente y al torturante golpe se sumó un destornillador que el individuo introducía por las ranuras de la puerta, tratando de abrirla.
En mi cabeza comenzaba a reproducirse una misma imagen. El hombre grande y viejo entrando y matándome a tiros. Inga seguía insisitiendo en que me metiera debajo de la cama.
Detrás de mí había un clóset, pero eso nunca fue una opción. Estaba seguro que ese sería el primer lugar donde el marido buscaría. Un clóset, una cama, una mesita de noche, una cómoda y varias sábanas tiradas en el piso, formaban la composición del dormitorio. No sé cómo pasó, pero por instinto agarré algunas de esas sábanas, me las tiré encima y me acosté en posición fetal en una esquina del cuarto, simulando ser un motón de ropa sucia. Ella, para ayudar comenzó a tirarme encima toda la ropa que encontró, haciendo un bulto, relativamente creible. Justo cuando terminó de echarme encima esos trapos y abrió la puerta. Debajo de las sábanas escuché su conversación.
-¿Estabas aquí, amor?-escuché decir a una voz ronca, dulce y cansada.
-Sí, estaba dormida. No te escuchaba. Tú sabes que duermo como una piedra.
-Lo sé, cariño. Pensé que no estabas. Vengo por la cama ¿Te acordabas?-dijo una vez más aquella voz de hombre, que ahora se hacía evidentemente viejo.
La cama. Cuando escuché “la cama”, me recorrió un escalofrió descomunal por todo el espinazo. ¿Qué habría pasado si en lugar de esconderme donde estaba, me hubiera metido bajo la cama? Milagrosamente la cama que no había querido colaborar con ese día, se convirtió en mi cómplice y eso me había salvado la vida.
Pasaron casi dos horas, antes de poder salir de ese escondite. Mi despedida de Inga fue un “adiós”, y por la vida que conservo me persigné, pensando en que la sequía de mi vida se extendería por más tiempo del que me gustaría.


Continuará...



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Regla 5: En el súper se super.
Regla 6: El amor no entra con la comida

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Guía del soltero feliz. Regla 6: El amor no entra con la comida




Cuando uno está buscando novia, parece encontrarse el amor en cada esquina. Lo mio rayaba en lo patético. Estaba casi seguro que que las cosas avanzaban con Gaby, hasta que comenzaron los comentarios en la oficina. Las cosa se puso fea cuando subieron a Facebook las fotos del cumpleaños del jefe, y nos etiquetaron a todos. 
Gaby me mandó un mensaje de texto pidiéndome que hablaramos en el almuerzo. Como queríamos un lugar privado donde nadie pudiese escuchar nuestra conversación, nos fuimos a mi carro y allí, con las ventanas arribas, me dijo que esto no podía seguir como iba, que ella estaba quedando mal porque todo el mundo sabía que yo tenía novia, y no quería verse como una “cualquiera” (palabras textuales).
A mi no me tocó seguir fingiendo a mi novia inexistente y aguntarme la posibilidad de cualquier cosa más con Gaby. Fue una semana triste. Estaba desganado, sin apetito, sin ganas de trabajar y con un impulso tremendo de gritarle a todos que me había inventado una novia. La poca cordura que me quedaba me hizo rectificar y me quedé en silencio.
Todo cambió la semana siguiente. El lunes, un poco antes del mediodía vi llegar a la chica de mis sueños. Desde mi puesto, si me sé acomodar, se puede ver perfectamente quien llega y quien habla con la recepcionista. Allí estaba ella conversando amenamente, comencé a rezar porque fuera una nueva compañera, pero así mismo como llegó desapareció. 
El martes, doce menos cuarto, volvió a aparecer. La forma en que se acomodaba el pelo me estaba volviedo loco. Mientras hablaba siempre sonreía y en los cachetes se le hacían dos huequitos. Me le quería ir encima. Al rato se fue otra vez.
Para el miércoles, desde las once de la mañana estaba esperándola, definitivamente era un patrón, o estaba por comenzar a trabajar con nosotros o venía a visitar a alguien. Al medidodia todavía no llegaba. Comenzó a apretarme una cosa rara en el vientre, como una congoja de esas que te dan cuando niño, cuando ves que a la niña que te gusta se la queda el mamuyon bruto del salón. 
Doce y veinte…la vi otra vez. Esta vez decidí levantarme e intentar averiguar quién era, pero justo cuando me paré, ella salió por la puerta apresurada. 
El jueves esperé hasta las dos de la tarde. Nunca apareció. Fue raro. Me pasé toda la tarde pensando en ella y en la posibilidad de nunca volver a verla. Volvi a sentirme solo, como si se me escapara la última posibilidad de ser felíz en la vida. Estaba al borde del llanto. 
En mi punto de evaporización, tuve una revelación. Algo debía saber la recepcionista, si había hablado tres días seguidos con ella. La explicación resultó de dónde menos la esperaba. <Lo que pasa…es que la señora Rosa, la que nos vende el almuerzo, está enferma y hospitalizada, y ahora los hijos se están encargando de repartir la comida, pa’ no perder el negocio”.
Entonces esa mujer tan linda era hija de la señora Rosa, de la que siempre se comentaba en la oficina que no se entendía como una mujer tan poco agraciada cocinaba tan rico. 
El viernes, desde temprano, estaba esperando la llegada de la que podría ser mi futura novia y desde luego planeando mi acercamiento. “Soy Adrían y tu mamá cocina delicioso”, fue mi mejor frase. 
A las once y cincuenta comencé a rondar por la recepción. Pero en eso sale la de contabilidad y me dice: <Oye, papi, ayúdame a bajar esta caja al estacionamiento>. No pude esquivarla. Allí estaba yo y todas mis esperanzas cargando una caja con papeles bajando en el ascensor, mientras probablemente el amor de mi vida subía por otro lado.
Despaché la caja, lo más rápido que pude, y mientras caminaba sentí como Dios enviaba una ráfaga de luz sobre mí. Allí estaba, parada frente al ascensor esperando subir con un par de cartuchos con el almuerzo de toda la oficina. 
-¿Te ayudo?-Le dije. Ella sonrió mientras me extendía las bolsas sin decir nada. Para hacer el momento totalmente perfecto eramos los únicos que subíamos. Piso uno. El olor de su pelo comienza a crearme cosquillas en la planta de los pies. Piso dos. ¿Le hablo? ¿No le hablo? ¿Qué le digo? Piso tres. Faltan dos pisos, es ahora o nunca. Piso Cuatro. Me decido…
-¿Y cómo sigue tu mamá?-arrojé casi sin pensar lo que decía. Su cara de extrañeza pudo seguir por ocho pisos más. -¿Qué como sigue la señora Rosa?- insistí, esta vez gesticulando como si ella no pudiera escuchar.
Su respuesta no pudo ser peor. <Rosa no es mi mamá…>. Entonces ¿A quién le estaba hablando yo? Hubiera preguntado si no es porque termina su frase con <Ella es mi suegra>.
Otra vez yo, unas bolsas de plásticos llenas de comida y una cara de ridículo, hacían el día. 


Continuará...



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Regla 5: En el súper se super.


miércoles, 7 de septiembre de 2011

Guía del soltero feliz. Regla 5: En el súper sé super




Los solteros disfrutamos mucho de algunas de las actividades que hacemos en solitario. Ir a la lavandería, hacer fila para pagar la luz o pasar dos horas en un videoclub seleccionando una sola película que nadie nos acompañará a ver, son parte de las cosas que preferimos hacer sin nadie más que nosotros mismos. Hay algo secreto en eso de “hacer mandados raros” que nos cautiva.
Yo, en lo particular, tengo una debilidad por visitar el supermercado. Tal vez por eso no lo hago dos veces al mes, como las personas normales. Lo mío es ir, religiosamente, una vez a la semana a comprar lo que me comeré en los días siguientes, aunque debo confesar que la nueva comida nunca dura más de cuarenta y ocho horas y por eso siempre salgo a comer fuera.
No sé si es la combinación hombre-carretilla, que puedo darme el placer de llenarla sólo de cerveza o que simplemente disfruto tener un cuidadoso orden al escoger lo que compro, pero semanalmente es un ritual que trato de no esquivar cada jueves.
La mejor hora para que un soltero vaya a “hacer súper” es la medianoche. A esa hora, con el local vacío, es más fácil tomarse el tiempo adecuado para escoger lo que se necesita, no hay niños empujándolo a uno con sus minicarretillas (que no debieron inventarse nunca) y es menos probable que te encuentres a gente conocida que se incomoda cuando ve que compras desodorante “roll-on”. No es que me apene la actividad, simplemente la disfruto más en la clandestinidad.
Lo que me pasó ayer es otra historia. Me dejó pensando mucho en cómo debo manejar mi comportamiento mientras hago súper y, debo mencionar que, me perturbó a tal punto que ahora estoy considerando ir los miércoles o cambiar de supermercado.
Todo comenzó en la sección de frutas. Mientras escogía unas tomates, sentí una mirada desde el área de los pepinos. Voltee la cabeza disimuladamente para descubrir la sonrisa de una mujer que tenía sus ojos puestos en mí. ¡Estoy seguro! A esa hora no había nadie en esa parte del supermercado, solo ella, yo y nuestras carretillas. Lo único que me perturbaba un poco era que tenía como quince años más que yo. No tan mayor como una madre, ni siquiera como una tía, era más como una de esas primas mayores. Aunque al parecer, en ese momento, a ninguno de los dos le importaba ese pequeño detalle.
El coqueteo siguió. Yo me moví hacia la lechuga y cuando me di cuenta la señora venía caminando hacía mi agarrando un guineo con las dos manos. Eso me asustó, así que cogí una bolsa y comencé a meter cebollas.
Con el rabito del ojo pude verla en las uvas. En cuanto podía me lanzaba una mirada, mientras agitaba su pelo con el aire que sale de las neveras de la fruta. Cuando tuvo mi atención total agarró una uva y se la metió a la boca.
-Es atrevida- pensé, y le lancé una sonrisa. Ella tomó otra uva, pero esta vez no se la metió a la boca, la hizo rodar hacia mis pies. Luego de eso se dio la vuelta y tomó su carretilla, mientras me hacía gestos con la boca para que la siguiera. El juego comenzó a gustarme.
La seguí por la sección de embutidos y giramos por los quesos, los dos lanzándonos miradas y sonrisas como unos adolescentes. Por la panadería agarró una flauta muy a su estilo y siguió contoneándose con un peculiar “camina'ito”, que a mi empezó a emocionarme.
La “dama” avanzaba, pero yo me mantenía a unos dos metros de distancia, trataba de ser discreto. Además, todo parecía indicar que eso era parte de lo que ella se proponía. Mientras la seguía me dio la impresión de que me quería dirigir a un lugar específico. Mi sorpresa fue descubrir que ese lugar era la “Farmacia”.
Según sus señas yo entendí que me pusiera en la fila. ¿Qué quería esta señora? Mi mente maquineaba a mil revoluciones por segundo. Según yo, sus ojos quería decir “Compra preservativos y vámonos de aquí, que te voy a hacer pasar la mejor noche de tu vida”.
La emoción me agarró, lo confieso, y toda la sangre de mi cuerpo comenzó a hervir. Sentía los latidos de mi corazón a mil, nunca había sido parte de una aventura como esa. Me sentía en una película.
Finalmente hice la fila, delante de mí habían dos señores: uno muy delgado que estaba comprando jarabe para niños y uno gordito y calvo que traía una larga lista de medicinas para pedir. “Apúrese, señor”, quería gritarle. La mujer me esperaba a un lado, cada vez más presumida.
Mientras tanto la chica de la farmacia jugaba a las adivinanzas con el señor de adelante. “¿Una pastilla chiquita y blanca, que sirve para la presión? Señor todas las pastillas para la presión son así.” Su lista pasaba la docena de medicamentos.
Mientras tanto, la mujer disimulaba mirando las toallitas húmedas. Estaba a punto de decir algo al sujeto que se demoraba tanto cuando de repente éste se voltea, busca en los costados y lanza la frase “Mami ¿cómo se llama tu medicina de las varices?”…cuando me volteo, resulta que su “Mami” era  la misma que según yo, me estaba esperando en la esquina para tener una noche de pasión.
Debí ponerme pálido. La mujer se acercó al tipo y le susurró algo al oído. Podía ver su cara colorada de vergüenza. Terminaron de despacharle, tomaron su carretilla y se fueron yo no me atrevía a voltear. Me hubiera quedado petrificado allí por horas si la farmacéutica no me despierta para preguntarme –Joven, a usté qué se le ofrece? -.
Mi cara de perdedor debió ser digna de foto. A media voz le dije “¿Tiene Lomotil?”. 

Continuará...

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miércoles, 31 de agosto de 2011

Guía del soltero feliz.Regla 4: Duda de cualquiera que te etiquete



A Yami le dije que ese día mientras hacía fila me agarró una diarrea. Por supuesto que toda la oficina se enteró y todo momento se volvió propicio para recordármelo. Sinceramente, prefiero eso a que se enteren de mi verdadera razón para salir huyendo como un niño.
Lo peor de todo fue lo que me comentó Yami unos días después mientras le daba el bote. “…No te dije, mi novio cree que eres gay…”, me dijo revolcándose de risa mientras estábamos en el tranque, como si fuera la gran gracia.
No quise preguntarle más. Yo le pago el cine, el habla mal de mí. Estoy en el mundo correcto. Creo que me hubiera afectado más si no sería la primera vez que alguien me lo dice. La vida de un hombre adulto soltero, está arrinconada de comentarios de ese tipo. Lo inquietante es que tres cuartas partes de esos comentarios provienen de otros hombres.
Dejé pasar esa observación como los otras veces. Que un tipo como ese, que tiene una novia que ni siquiera puede llevar al cine, haga comentarios de ese estilo de alguien como yo, me tiene sin cuidado. Así que seguí concentrándome en avanzar en mi objetivo: encontrar una novia.
Le tiré a varias en la oficina, pero ninguna caía. Hasta la practicante tenía novio. Sin embargo, por esas cosas del destino, Yami me escuchó hablando con mi abuela sobre lo bien que iba con mi “novia” y se encargó de regarlo por toda la oficina. 
Fue entonces cuando pasé de ser Adrián, el de sistemas, a “Ad”, “Adri” y hasta “gordo”. Un extraño entusiasmo por mí y por mi novia en todos lados. Que cuándo la conocían, que cómo era, que qué hacía, si era flaca, bajita, trigeña, que si caminaba por la izquierda o por la derecha, que si cocinaba rico, y hasta un “pero ahora que tienes novia, te estás empeluchando, estás como más agarradito”. De repente era un espécimen atractivo para el porcentaje femenino de la oficina.
Por eso, cuando llegó la invitación al cumpleaños del jefe, supe que no debía faltar por ningún motivo. Probablemente sea allí donde encuentre a la chica que ando buscando. Es una fiesta con piscina, así que además podré hacer mi propia competencia en traje de baño.
Durante la semana varias de mis compañeras me preguntaron si iría a la fiesta. Cuando les decía que aún no sabía, me decían que “ay, que cómo alguien como yo no va estar, que nunca es lo mismo sin mí”, que “si voy a llevar a la novia”, que como es una fiesta de la oficina ellas no iban a llevar a sus novios/esposos/quitafrios, que la idea era divertirse con la gente de allí y toda clase de otros argumentos, que terminaron por convencerme que en esa fiesta algo iba a pasar.
Desde que nos avisaron de la fiesta comencé a hacer abdominales todos los días. No es que las necesite mucho, pero quería impresionar.
Todo listo. Mi short rojo de seguro llamará la atención. Es estilo los noventa, tipo “Baywatch”, ni muy largo ni muy corto. Como a las chicas les gusta.
La invitación decía a las dos y a la una y cuarenta estaba yo instalado en el área social del edificio donde vivía el jefe. Fui el primero en llegar, ni siquiera el cumpleañero había bajado. Para la hora que debía comenzar sólo estábamos el jefe, su familia, y yo.
-Y por qué no trajo a la novia- me dice con cara de yo-lo-sé-todo mi querido jefe. Yo no podía articular palabra.
-Se quedó estudiando. El lunes tiene un examen muy difícil- fue la tontería más oportuna que se me ocurrió decir.
-Ah, pero es que todavía está en la universidad. Es una pelaita- dijo mí ahora muy interesado jefe.
-No, ya acabó hace rato. Está cogiendo una maestría-dije pensando que ya lo había arreglado todo. Pero él no se rendía:
-Maestría en qué?-seguía preguntando como tratando de que yo le confesara todo. Estaba a punto.
-En algo de administración- dije yo luego de segundos eternos de reflexión, agregando inmediatamente –Se ve bien la piscina, ya nos podemos meter ¿verdad? Voy a cambiarme- le contesté sin esperar respuesta, yendo directo a los baños a cambiarme.
Me metí a la piscina solo. Para cuando comenzó a llegar la gente ya tenía la piel hecha una pasa. Fueron todos, incluso Yami y Yorch, de los que procuré mantenerme alejado.
El short parecía funcionar. Tenía a la mitad de la oficina a mis pies, literalmente. Recibí todo tipo de halagos, principalmente por mis piernas, de las que decían nunca se imaginaron que las tuviera en tan buen estado.
Parecía que ya tenía a Gaby de relaciones públicas en la mano. Debía tener 23 años, muy flaquita, pero muy linda. Tiene las manos exactamente como me gustan, delgadas y suaves. La sentí varias veces acariciándome la rodilla y eso era una señal muy clara de que algo iba a suceder entre nosotros.
A las siete de la noche, cuando el sol se había ocultado, estábamos todos borrachos pero seguíamos en el agua. Yo había jugueteado con varias durante la tarde, pero estaba seguro que las tenía todas de ganar con Gaby. Así eran las cosas, hasta que sucedió aquel “incidente”.
Eran las siete y media. Lo recuerdo muy bien, a pesar del alcohol, porque alguien grito que si llegábamos a las ocho de la noche no tendríamos trabajo el lunes, y que en ese momento faltaba media hora.
Yo había inventado el juego de sumergirme bajo el agua por más tiempo cada vez, lo que en realidad era una excusa para verle los pechos a Gaby. Ya iba por sesenta segundo aguantado cuando sentí aquella “agarrada”. Mientras estaba bajo el agua, alguien me apretó fuerte las…partes nobles, lo que me hizo salir disparado hacia la superficie. Cuando me volteé a ver cuál de las chicas había fraguado aquella atrevida hazaña, me encuentro con la ahora amigable cara de Yorch.
-Cómo va todo, hermano. ¿Cómo sigue la barriguita?-dijo con su cara sonriente cómo si no hubiese pasado nada. No me atreví a preguntarle nada, y lo único que hice fue devolverle la sonrisita. Salí enseguida de la piscina hacia el baño. La borrachera se me quitó en ese momento. Este era el tipo que estaba cuestionando mi sexualidad con la novia y ahora se sale con semejante “maniobra”.
Mientras estaba en el baño se aparece el susodicho. Cierra la puerta del baño con seguro. Ya no me queda duda, no fue un accidente. Pero la cosa toma un giro que no me esperaba, con los ojos a punta de lágrimas me pide que por favor no le diga nada la novia. <Si quieres me arrodillo>, me dice. Yo le digo que no es necesario.
De regreso a la piscina Gaby me lanza una mirada tentadora. De un chapuzón caigo a su lado. Ella me recibe entrelazando sus manos en mi cuello. No sé si el resto nos ve, pero aquí va a pasar algo. Mientras doy la vuelta, veo que Yami recibe a Yorch de la misma forma. Definitivamente esta no va a ser la misma historia.

Continuará...

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miércoles, 24 de agosto de 2011

Guía del soltero feliz. Regla 3: Regla 3: El cine no es una actividad social



No quiero cargar encima el peso de la mentira que le dije a mi abuela, así que estuve pensando en que ya que le había dicho que estaba saliendo con alguien, bien podía hacerlo realidad.
Comencé entonces a buscar señales por todos lados. Necesitaba una víctima. Estuve pensando gran parte de la mañana en invitar a Irma a salir. Es guapa, soltera, tiene la edad, el cabello, huele bien, no es más alta que yo y creo que me mira de reojo cada vez que paso al baño, pero me arrepentí tres veces.
La primera llegué a su puesto y me quedé mudo. Dos años trabajando juntos y no hemos hablado más de tres minutos seguidos. Además ella es intimidante. Levanta el pecho cada vez que hablamos y siento que a veces puedo tocarlo con la nariz.
-¿Tienes sacapuntas?-le digo sin poder mirarla a los ojos.
-Pero anda y pide en Contabilidad un lápiz mecánico, tengo añales que no sé lo que es sacar punta.- no fue la frase correcta. Sentí que me disminuía al tamaño de un lápiz. Creo que no estoy preparado para una hembrona como esa.
Mientras caminaba a Contabilidad vi a Yesica, la de recursos humanos. Pensé que ella podía ser la candidata perfecta. Tiene un hijo, pero está soltera y tiene muy buena figura. Tremendas piernas sobre todo. No sé qué pensaría mi abuela del niño, pero no tiene por qué saberlo aún.
-Adrián, estaba justito por ir a buscarte.- me lanza antes que yo llegue hasta ella.
-¿A mí?- susurro sorprendido.
-Sí, quiero que me “cojas” un número. Yo sé que tú eres de esos pelaos que siempre cooperan con una. Mira que viene la fiestecita de mi pelao y quiero botar la casa por la ventana. ¿Cuántos quieres?
Probablemente Yesica estaba más necesitada de lo que yo pensaba. Agarré cinco números de la rifa.
De Contabilidad me mandaron a Administración y en ese trayecto descarté a todas las mujeres decentes de la oficina. Parece que ese no era el lugar correcto para buscar a la mi nuevo “levante”.
En el almuerzo me senté sólo en una esquina. Andaba de bajos ánimos. La palabra correcta es decepcionado. Mientas jugaba con la comida, porque el hambre había desaparecido, se me sienta al lado Yami, a la que nunca consideré porque es la que está sentada al lado mío y creo que me conoce los suficiente como para rechazarme a la primera.
Pero casualmente ella, que nunca se calla, comienza a hablar de cine y de lo mucho que quiere ir a ver la película de Harrison Ford, entonces no se me ocurre nada más brillante que decirle: <Si quieres vamos hoy, que es medio precio>.
Después de mirarme por dos segundos (que pudieron ser horas) con cara de incógnita. Soltó un <Dale, pues>, que cambió mi estado de ánimo. Eso hasta que caí en cuenta de que estaba emocionado de invitar a Yami al cine. Ella, la que ama el chayote, dice “enantito” y llora leyendo la revista “Ellas”.
Mi plan era hacer algún acercamiento esa noche y si algo no salía bien, hacer como si nada hubiese pasado. Después de todo yo era el único que sabía de mis intenciones.
-Nos vemos a las siete en el cine. La película comienza a las siete y media. Me gusta llegar siempre temprano para agarrar puesto. ¿Quieres que te compre algo de comer para que no tengamos que hacer fila? ¿Te gusta arriba o abajo? Yo prefiero en el medio, sabes…como me cuesta ver, es mejor ni tan cerca ni tan lejos- eran palabras mías evidenciando mi nerviosismo.
-Ay oye, ni que fuera estreno. A las siete en punto-dijo antes de irse.
Apenas y pude bañarme y cambiarme. A las seis y media estaba yo afuera del cine. Me sentía ridículo, pero de alguna forma, tenía que causar una buena impresión a mi futura novia. Creo que me puse demasiado perfume, todos volteaban a verme. Parecía que medio Panamá estaría en el cine esa noche.
Seis y cuarenta y cinco. El tiempo no avanza, ya comienzo a desesperarme. ¿Si la llamo? No, me dijo a las siete, falta quince minutos aún. Mi manos dan pena, tengo las uñas largas. ¿Qué pensará Yami de eso?
Acaba de pasar mi vecino con su novia. ¿Compro los boletos? Mejor me siento aquí. Apenas las seis y cincuenta. Este reloj se me está jodiendo. El celular tiene la misma hora. Ya me imagino a mi abuela preguntándole cómo nos conocimos. La verdad nunca me imaginé saliendo con alguien del trabajo pero, viéndolo bien, la muchacha es simpaticona.
Faltan todavía cinco minutos. Resulta que todo el mundo vino al cine hoy. Allá van dos compañeros de la universidad. Si fumara, probablemente ya me hubiese acabado una cajetilla. Creo que estoy nervioso. Lo asumo: estoy nervioso.
Está vibrando mi celular. Un mensaje de texto. <YA STOY YEGANDO. SPRAM X LA NTRADA>. Va a llegar. ¿Qué voy a decir? ¿Cuáles serán mis primeras palabras? “Te estaba esperando con ansias Yami”, no, no hay que parecer desesperado. “Hace mucho que no nos vemos”, menos…es un chiste trillado. “Pero qué guapa, te arreglaste”, no seas burro Adrián.
-Buuuu- me sorprende por la espalda. Es ella. Me volteo lentamente con la cara de idiota más rebuscada de mi vida para descubrir que no está sola. –Creo que no conoces a Yorch ¿Verdad?-
Tiene novio. Dos años trabajando uno al lado del otro y nunca supe que la condenada tenía novio. Justo ahora se tenía que aparecer con él. ¿Y por qué no me avisó?
Después de los apretones de mano y las risas fingidas vamos a la taquilla a comprar los boletos. -Si quieren yo me adelantó y compro las tres entradas- , les digo, tratando de huir. Cuando regreso Yorch solo agarra los dos de ellos y me dice “gracias”. Yo no tengo cara para decirle que son ocho con cincuenta.
Ahora les digo que se adelanten para agarrar buenos asientos, que voy a comprar “pop corn”. La fila es enorme, ello siguen sin remordimiento. Mientras la película comienza yo estoy todavía esperando tras seis personas. Mi celular vuelve a vibrar <Yorch quiere nachos y cocacola light>.
Yo creo que Yorch no va a hacer su noche a costilla mía. Voy a la taquilla y compro “UN” boleto para esa película francesa que nadie va a ver. Apago mi celular, y con mis nachos con queso y chili me siento adelante. Paso toda la película llorando ¿Qué diablos voy a hacer ahora?

Continuará...

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miércoles, 17 de agosto de 2011

Guía del soltero feliz. Regla 2: Visita a tu abuela, pero no la hagas pensar demasiado en ti




Después de la boda de mi prima, mi abuela me mandó a llamar. Digo “me mandó” porque así es ella cuando quiere imponer algo: lo riega hasta que todo el mundo se entere de su petición, para que a quien se lo impone le queden menos motivos para no cumplirle.
Yo ya me imaginaba qué quería, y por la forma en que me habló mi tía, toda la familia también. “Ella dice que vengas a verla pronto, que tú sabes que ella está vieja, y que a ti te quiere más que a muchos en esta familia”.
Saliendo del trabajo fui a visitarla. Le compré el “arroz con leche” que ama, pero cuando lo abrió me dijo -Ya no lo hacen como antes- y lo dejó allí sin probar. Lo que vino después ya lo había reproducido varias veces en mi mente durante el camino.
Comenzó diciendo “Sabes que no eres igual al resto de mis nietos. A ti, yo misma te crié, creciste en mis brazos...tú sabes lo que me duele...”. Yo podría decirlo al unísono y nunca sonaría tan terrible. Pareciera como que con 30 años estaba condenando a la soledad de por vida. Como que ella y gran parte de mi familia intuían que ya se me había ido el tren, con eso de que pasaron cinco años desde la última vez que tuve una novia.
Y siguió... “tú sabes lo que me duele ver que todo el mundo está formando una familia y tú te vas quedando mayuyón y solo. Ahora que se casó tu prima, eres el único en edad que no tiene a nadie y ya la gente comienza a hablar. Yo no quiero que hablen de ti...tú sabes cómo es la gente”.
Ahora sí, a mi abuela, la mujer más “poco importa” que he conocido, le interesa lo que la gente hable. Eso no se traduce en nada bueno. Estoy en problemas. Sabía que este día llegaría, pero no estaba preparado para enfrentarla.
<Yo soy feliz como estoy, mama. Yo sé que todo el mundo en esta familia ya ha formado la suya, pero no creo que sea uno de mis intereses hacerlo ahora. Quién sabe si en cinco o diez años, pero no estoy listo para casarme, ni tener hijos. Todavía no. Creo que necesito un mejor trabajo y tener más clara mi vida. Y por encima de eso, encontrar a una mujer que piense como yo, que me guste y que me quiera. Pero ahora estoy joven, soy un pelao todavía. No creo que sea el momento>, le dije sin siquiera procesar las palabras.
Ella comenzó a refunfuñar, con sus clásicas palabras inventadas, a decir que ella ya estaba viejita, que se iba  morir sin verme feliz, y que yo no sabía cuan triste la ponía eso. Realmente la noté triste, y nunca antes la sentí así.
No sé cómo pasó, pero terminé prometiéndole a mi abuela que me buscaría una novia. Tal vez fue solo para que me dejara tranquilo o era algo que mi inconsciente está pidiendo a gritos. Desde Marina, hace cinco años, no había tenido una relación formal. La verdad, los primeros años fue por decisión propia, después hubo un tiempo en que pensé que no encontraría a nadie y me la pasé triste, pero luego simplemente dejó de importarme.
Me fui a casa pensando en las palabras de mi abuela, no tanto por lo que ella pensara, que ya lo sabía, era cuestionándome si yo realmente necesitaba eso de emparejarme. Finalmente creo que mi abuela está más interesada en que me case, a que realmente consiga una novia como se debe.
Entré al apartamento y por primera vez me acoge una inmensidad. Estoy solo ¿Cuándo eso comenzó a preocuparme? Hasta hace un par de horas yo era totalmente feliz. Después de escuchar a mi abuela me ha quedado como un vacío. Ese mismo vacío estaba por todos lados esa noche y ni siquiera puedo encontrarme.
Reviso mi teléfono buscando algún soporte, solo para darme cuenta que hace más de diez días que nadie me llama. La última llamada fue de mi mamá. ¿Será que la viejita tiene razón y que así será el resto de mi vida?
Me acuesto pensando en eso, y despierto tres semanas después con una gran idea. Dos, nueve, nueve. Tres. Cinco. Seis. Seis. –Abuela ¿Cómo estás? –Le dije que hace dos semanas estaba saliendo con una vieja amiga, que le estaba dando una oportunidad, y que nos estaba yendo muy bien. Pude sentir alegría en su respuesta. Tal vez solo me estaba siguiendo la corriente. –Quiero conocerla ¿Cuándo me la presentas?-sentenció, mientras a mí me remordía la conciencia por estar mintiéndole a una de las mujeres más importantes de mi vida. ¿A quién estoy engañando? Vamos a ver hasta dónde llega esto.


Continuará...




Antes en la Guía del soltero feliz

miércoles, 10 de agosto de 2011

Guía del soltero feliz. Regla 1: A las bodas siempre lleva pareja




¿Qué hago aquí? Esa pregunta me la he repetido toda la noche. Estoy atorándome con esta corbata, esperando una cita a ciegas y, para colmo de males, el novio no llega. Mi prima se casa. Lleva media hora sin salir del carro porque dice que la novia no debe aparecer antes que su futuro esposo. Yo sigo preguntándome qué hago aquí.
-¿No ha llegado todavía?- me pregunta por teléfono. Le contesto que no y se pone histérica. Dice que no lo va a llamar, que no va a ser la novia desesperada y yo creo que ya es tarde para aparentar lo contrario. También me avisa que vaya hasta donde ella está para conocer a Sara, la madrina. En realidad, ya la conozco: la niña gordita y llorona que le peleaba todas las muñecas a mi prima.
Mientras camino voy pensando en que tal vez su intención sea metérmela por los ojos. No sería la primera vez. Nadie en esta familia soporta verme con treinta años y soltero. Pero, aunque esto sea verdad, una bonita sorpresa me espera. Resulta que Sarita ya no es gorda y es hasta guapa. -Gracias a los dos por estar-  nos dice uniéndonos las manos como en las películas. Creo que un subtexto quiere decir algo como: “vayan pensando en un plan B si ese desgraciado no llega”.
El matrimonio debe ser un paso difícil y ese “desgraciado” tal vez no lo tiene claro aún. No lo culpo, quiero mucho a mi prima, pero creo que todavía le falta madurar en cuanto a cómo sostiene sus relaciones. Estoy seguro de que todo lo de la boda ha sido idea suya. Incluso a los padrinos los escogió ella sola. ¿Y si ahora el pobre se arrepintió y no está dispuesto a dejar su soltería? Creo que sería prudente darle mi apoyo. A escondidas por supuesto.
Me siento algo culpable. Probablemente no soy buen ejemplo para la raza masculina al permanecer soltero y promoviendo que otros así se mantengan. No es que odie el compromiso, es que me siento feliz como estoy.
Mientras esto no comienza aprovecho para saludar a mi familia, a la que poco veo. Mi abuela, como en cada ocasión, me pregunta -¿y tú cuándo? Me voy a morir sin ver a tus hijos, y eso sí me va a pesar-. Llevo escuchando eso desde que tengo catorce. Ya ni siquiera tiene sentido, mi abuela es inmortal.
Noto a mi tía algo nerviosa, a punto de llorar. Creo que esta boda también es por insistencia suya. Sus cuatro hijas se han casado por la iglesia, como se debe, y la menor no va a ser la excepción. Estoy seguro de que una plantada en el altar podría matarla de la tristeza.
Desde aquí le puedo leer los labios a mi tío “a mí me parecía raro que ese muchacho estuviera cinco años con la niña sin nada de nada porque ella iba a llegar virgen al matrimonio. Así era antes…pero ahora a los pelaos no les gusta. Yo te lo dije”.
Suena mi teléfono. El novio. –No puedo ir a la iglesia, no encuentro los anillos, tu prima me va a matar. Ya a mi mamá le dio una crisis, dice que eso es mal augurio”. Estos son tal para cual. Le recuerdo que justo anoche, en la práctica, me entregó los anillos porque soy el padrino y que era la tradición de la familia. “Miércoles, verdad” y sale disparado.
Durante la ceremonia, Sara me coquetea varias veces. El escote es como una excusa para que vuelva a mirar y mirar y mirar. Recuerdo verla de niña, mocosa, siempre con trenzas y faldones. De eso no queda nada. Comienza a gustarme. Estoy seguro de que esto es parte del plan.
-Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida...-. Desde aquí puedo ver las lágrimas de mi tía; y las de mis primas, las de mi madre, mis hermanas, mi abuela, y sí, también las de mi tío. Es de familia.
La recepción ha estado un poco aburrida. Parece ser que soy el único que no está en pareja. Todos o están recién casados o tienen niños pequeños a los que cuidar. Soy el bicho raro sin una novia que abrazar.
Llaman al lanzamiento de la liga. Soy el único con vello facial real. Estoy rodeado de mis sobrinos y otros primos, ninguno mayor de edad. Jorgito se hace con la liga. A sus doce, eso debe ser un hito. Sarita, por supuesto, se queda con el ramo. Aun así, me llaman para la foto.
-Ay pero ustedes ni han bailado, con lo mucho que te gusta el merengue a ti primito-, nos dice la recién casada y quedo con las manos de Sarita en la cintura. Comenzamos a bailar “Suavemente” y ella que empieza a hablar. Yo me transporto a nuestra infancia. Su voz es la misma. Me parece verla sollozando en la vereda con ganas de llevarse a su casa el nuevo juego de té de mi prima, con los mocos chorreándole hasta el piso.
Ella sigue hablando. Es casi un monologo. Yo sólo contesto “” o “ajá”. Ahora sale a relucir un ex novio que era atleta o algo así. Como si yo tuviera la culpa, me cuenta toda su historia. Sarita se tira un cuento largo que inevitablemente me imagino como terminará. La niña llorona no ha podido salir de su cuerpo. Sigo pensando es que es una estrategia para que la consuele.
Cada vez el llanto se hace más pronunciado, hasta el punto en que no se contiene y comienza literalmente a berrear. Es justo uno de esos momentos en que la música se para y todo se detiene alrededor de uno. Solo que en este momento hay una mujer llorando al frente mío y cerca de doscientas personas atentas.
Las caras de terror empiezan a emerger, sobre todo las de las chicas jóvenes. Debo parecer un ogro maltratándola. Yo trato de consolarla, pero el fuego se aviva cada vez más. Así que me la llevo hasta la mesa a esperar que se calme. 

¿Qué hago aquí?, sigo preguntándome.

Continuará...

Antes en la Guía del soltero feliz 
Regla 0: Se feliz, estás soltero

miércoles, 3 de agosto de 2011

Guía del soltero feliz. Regla 0: Se feliz, estás soltero


Mi exnovia está embarazada. No, no es mío, afortunadamente, aunque lo he sufrido como si lo fuera. Seamos sinceros. Esto no tendría que importarme en lo absoluto. El caso es que esa fue la última chica que conocieron mis padres, y la única con la que salió a relucir la palabra “boda”. Entonces su nombre pesaba.
El infortunio comenzó cuando un día en la cena, mi hermana, sin disimulo, me preguntó por ella. “¿Marina está embarazada? Subió una foto en Facebook con su barriguita. Ya se le ve grande”. Pensé mucho en contestar. Yo también había visto la foto, y pues de “barriguita” no tenía nada. Era una enorme panza como de trillizos.
La verdad había estado ignorando comentar sobre eso, pero sabía que en algún momento ese tema se tocaría en casa. Su familia y la mía eran amigas desde hace años, así que era un tanto inevitable. Lo que no me esperaba fue la reacción de mi papá. Después de la cena se acercó a mí mientras veía televisión a preguntarme si tenía “algo que contarle”. Al viejo siempre le ha hecho ilusión que le dé un nieto.
-No, papa, no es mi hijo-, le respondí muy molesto.
¿Por qué tenía que seguir el fantasma de ella atormentándome cinco años después que decidimos terminar nuestra relación?
Sin proponérmelo, “eso” estuvo dando vueltas en mi cabeza toda la semana. El viernes la llamé y le pedí que cenáramos. Fue una llamada impulsiva, me arrepentí al nanosegundo siguiente. Pero creo que una parte de mi necesitaba darle un fin justo a este tema.
Cuando llegué al restaurante en el que quedamos de vernos, ella ya estaba sentada. Verla pararse para saludarme, así, con su gran panza, fue…difícil. La verdad era una sensación muy extraña y nuestra conversación no pudo más que girar en torno a eso.
Lo confieso: me alegraba cada vez que escuchaba que las cosas no eran tan felices como ella intentaba aparentar. Que el embarazo fue un accidente, que el tipo no tiene trabajo, que le dio una “crisis” cuando se enteró que iba a ser papá y se alejó por un tiempo.
Al final, las cosas estaban tan mal que terminé conmovido. Quería ofrecerle ayuda, pero algo dentro de mí no me dejó. Aun así, le dejé todos mis buenos deseos.
Mientras regresaba a casa me entró una congoja extraña, y terminé llorando dentro del carro sin razón, o mejor dicho, con la razón que no quería aceptar. Subí las ventanas y lloré a todo pulmón. Lo necesitaba.
Antes de llegar a casa sonó el teléfono. Era ella. Al parecer también estaba llorando. Me dijo muchas cosas sobre lo que le estaba pasando: qué tenía miedo y no quería estar sola para afrontarlo, pero al final terminó diciéndome: “yo siempre creí que mi primer hijo sería tuyo”.
Esas palabras fueron lapidarias. Esa noche no pude dormir, pensando en todo lo que dejé de vivir a su lado, así que me puse a mirar las fotos que aún conservaba de nosotros juntos. Entre fotos y foto también recordé también lo cabrona que se volvió al final de nuestra relación. Eso me hizo reaccionar.

Al día siguiente la llamé y le deseé suerte en su embarazo. Por mi parte, me prometí a mí mismo dedicarme a ser un soltero feliz.

Continuará...

Sobre la Guía del Soltero Feliz



Hace más de dos años hice un experimento en mi blog. Como todos saben una de mis grandes pasiones es escribir. Muchas veces concluí que quería escribir algo para web hasta que un día en mi cabeza pasó todo y comencé a teclear. Sucedió cuando comencé uniendo varias historias reales en un personaje ficticio llamado “La cebollita”, que a través de un diario contaba sus aventuras. Ese fue el Diario de una Cebollita. Eran historias reales y fueron más de 15 mujeres que me contaron sus historias para conformar la de un solo personaje.
El resultado fue grandioso.
Hoy comenzaré a publicar una nueva historia que estuvo detenida por mucho tiempo porque hubo algo que intentaba resolver y lo diré: era lograr que el personaje se diferenciara del escritor y que no se confundiera con lo que soy y lo que hago. Creo que finalmente no logré hacerlo y finalmente a veces no puedo diferenciar entre el personaje y yo, así que tiene mucho de mi en la historia.
Hay situaciones reales, cosas exageradas, experiencias propias, experiencias de otros…todo lo que debe tener la historia de un soltero actual.
Sin más, les dejo con el primer capítulo de esta historia, "Guía del soltero feliz"…publicado en el siguiente post. 

domingo, 19 de junio de 2011

Social Media Day Panama 2011


Desde el año pasado, cuando @ me puso al tanto, decidí vincularme con la celebración del Social Media Day, una celebración mundial propuesta por el blog especializado en tecnología @, para celebrar en torno a las redes sociales.
Lo que resultó de esa iniciativa, para mí y en ese momento, fue una total revelación. Decidimos cinco días antes que haríamos el evento y para nuestra sorpresa nuestro salón con capacidad para cuarenta personas, tenía gente de pie, sentada el piso o asomada por la puerta.
Cuando volvimos a replantearnos el evento, y pensamos en algo grande, @ nos sorprendió con la posibilidad de hacerlo en el Centro de Convenciones de Ciudad del Saber, un sitio ideal para realizar eventos, que ya fue sede de reuniones, seminarios, congresos, convenciones y eventos corporativos de alto nivel, con capacidad para 500 personas, y con una gran cantidad de estacionamientos, facilidades para discapacitados, seguridad y una poderosa red de Internet inalámbrico para satisfacer las necesidades de los fanáticos de las redes sociales.
Desde que comenzamos a difundir el Social, ya más de 500 personas se han sumado en Facebook y más de 15 empresas estarán participando como expositores. Estoy seguro que de las 1324 ciudades que realizarán el Social Media Day, Panamá será una de las más grandes. De hecho, actualmente somos con cuarta que más gente sumó en MeetUp, después de New York, Toronto y Antwerpen.
Los esperamos a todos por allá. Será el 30 de junio, en el Centro de Convenciones de la Ciudad del Saber desde las 9am, y el programa dura 12 horas e incluye WorkShop de Community Management, Charlas sobre plataformas de Social Media, Presentación de Empresas de Social Media y Evento de Networking/Coctel.  Pueden consultar la agenda completa en el sitio www.socialmediapty.com
Sitio web del evento | SocialMediaPTY.com
Evento en Facebook | Social Media Day Panamá
Evento en MeetUP| Social Media Day Panamá
Usurio de Twitter| @
Cambien les comparto este vídeo que hicimos en@SocialSnack para promover el evento.

domingo, 27 de marzo de 2011

Soy un fan y tú también


Soy un fan, lo confieso. ¿Pero quién no? Yo amo a Shakira, tú amas el chocolate, él ama el futbol, ella a Chayanne, nosotros al Cholo Durán, ustedes las pintas y ellos a Jesús.
Está claro, todos tenemos algo que nos apasiona, nos mueve, perturba, ilusiona, pero que siempre nos da felicidad. Soy fanático de los fans, sea cual sea su pasión, lo que no entiendo son los antifans.
Afortunadamente el fanatismo no se vive es una colectividad, aunque es probable que sea allí que se exprese. Puede que llegado el momento muchos fans coincidan en lugares y momentos, pero la verdad es que nadie está dispuesto a compartir con otro su ideal. Los fans son celosos y desean que su artista-cosa-ideal llegue a pertenecerles en exclusividad. Si va a tocarles un poquito más, que sea a él o ella, no a otro.
Lo digo como fan, ni siquiera como observador.
Ahora vamos a lo que quiero hurgar. Si estoy de acuerdo, y ustedes también, en que esto es así es, ¿por qué comenzamos a odiar lo que aman los otros? ¿Cuándo una canción comenzó a arruinarnos la vida? ¿Qué razones hay para odiar a una niña que hace dos semanas no conocíamos que canta canciones dignas de su edad?
Las que tenían trece en los ochenta amaban a Madonna. Las que tenían trece en los noventa amaban a Britney Spears. Las que tenían trece en los 2000 aman a Hanna Montana. ¿Eso te molesta? ¿En serio?
¿Que Justin Bieber se compare con Kurt Cobain te puso furioso? Probablemente no tengan forma de compararse, pero el fenómeno mundial de este niño no se puede ignorar. Además, fueron las declaraciones de un chico de 16 años. 16. ¿A esa edad qué hacía Kurt?
En las últimas semanas vivimos un episodio 2.0, digno de nuestra época. Una adolecente, llamada Rebecca Black, con una canción llamada Friday, es el centro de burlas en todo el mundo porque según muchos, su canción es la peor de la historia. ¿Es necesario? Es una niña desconocida (hasta hace poco), que probablemente soñaba con ser una cantante famosa y lo que recibe es un montón de…odio.
Repito, y es por que me desconcierta tanto, es una niña de trece años. Probablemente su responsabilidad sobre la canción y el video sean mínimas, y ni aunque lo fuera se merece lo que he escuchado a muchos por allí comentar.
La verdad, es que no amo todo lo que escucho, pero tampoco lo odio. En general, si algo me desagrada, simplemente lo ignoro o lo saco de mi vida y …Funciona!!! Siempre trato de amar más y odiar menos.

jueves, 27 de enero de 2011

La tercera versión de Panama Twittea el 11 de febrero



Pasó ya casi un año desde la primera vez que hicimos Panama Twittea en la Ciudad del Saber. Recuerdo en aquella ocasión no tenía idea de lo que estaba por pasar, comenzaría la revolución de lo que hoy es el “boom” de Twitter en Panamá.
Hoy Twitter está experimentando un crecimiento extraordinario, la prueba de ello es que ya ninguna empresa, organización o artista se quiere quedar fuera, y precisamente se cumple lo que queríamos, aprovechar la herramienta para hablar en panameño.
Panama Twittea no es un grupo, ni es propiamente un taller para aprender a usar “Twitter”, (aunque puede que estando aprendas a usarlo, porque como siempre digo cada quien usa Twitter como quiere), es una comunidad de usuarios que han encontrado formas valiosas de aprovecharlo y quieren compartir sus experiencias. De eso se trata, de compartir.
Para esta ocasión hemos decidido agarrar un poquito de los dos eventos anteriores y hacer dos sesiones simultáneas, para que los que no tienen ni idea de lo que es Twitter conozcan un poco de las experiencias de los que llevan un tiempo usándolo y se animen a esta divertida experiencia. Por otra parte, para los que ya conocen Twitter, vamos a estar escuchando experiencias exitosas de usuarios.
Ya sabes, seas expositor o quieras escuchar de las mejores experiencias de Twitter en Panamá, y además quieres compartir con los twitteros locales estás invitado al evento. Si conoces de Twitter, trae a alguien que no y si no lo conoces también ven acompañado. Se realizará el 11 de febrero desde las 6pm en el edificio 105 de la Ciudad del Saber.
Agradecemos que puedan registrarse en el evento para garantizar asientos para todos AQUÍ

martes, 18 de enero de 2011

El hombre que yo amo

Hace tiempo ya que comprobé mi sentimiento. Cada día que pasa siento que crece y se solidifica, y como hoy está de cumpleaños, creo que sería conveniente escribir sobre todo lo que siento.
Anoche, cuando me acosté, estuve pensando que es el hombre perfecto y que no es difícil para mí quererle y admirarle, así que decidí que sería una ocasión ideal para contarles sobre la relación tan especial que tengo con él.
Estoy seguro que mi papá si es el mejor del mundo. En realidad soy bastante afortunado por la familia que tengo y, obviamente, eso incide en gran parte en la felicidad que siempre me acompaña.
Tengo una madre amorosa y muy guapa, a la que amo, y con mi papá siento un especial cariño, respeto y agradecimiento, por no ser un padre ausente o distante, y no tener impedimentos para demostrar constantemente su amor por su esposa y sus hijos.
Tan pronto se casaron en el interior, ambos vinieron a la ciudad en buscar de una mejor vida para ellos y su futura familia, y en todos los sentidos ahora puedo decir que lo lograron. Como ama de casa, mi mamá se encargó de criarnos en el camino “del bien”, de convertirnos en adultos responsables, lograr que como niños nuestra máxima responsabilidad fuera estudiar, y asegurarse que nos alimentáramos correctamente.
Mi papá, aunque permanecía trabajando todo el día, y se encargó que nunca nada nos hiciera falta (en realidad aún lo hace) y cuando llegaba siempre tuvo un momento para compartir con nosotros, e incluso antes de dormir alborotar nuestra imaginación con las historias de “Tío Conejo” y “Rompecadena y Fierabrava”.
Yo he visto a mi papá dejar de comerse algo por compartirlo con nosotros, de soportar incomodidades para permitir que mi hermana y yo seamos felices, y esperar horas por nosotros con una sonrisa en la cara.
Creo que siempre he sentido el deber de ser parcialmente similar a él como padre, pero tengo claro que probablemente ni me le parezca. Me esforzaré, lo prometo, sé que lo que hace mi papá con nosotros es lo que quisiera ser yo para mis hijos.
Te quiero mucho viejo, feliz cumpleaños, gracias por ser perfecto, te amo.