Día 19
¿Qué quieren los hombres?
Por Dionisio Guerra
Tengo una pregunta directa para Dios ¿Por qué yo? No me puedo pasar la vida en esta intermitencia de emociones, que un día va a terminar por matarme. ¿Qué significa tanto sufrimiento en mi vida?
Que me digan loca, pero yo no tengo la culpa. Al principio puede que sí, que me porté como una idiota, pero ahora no entiendo lo que está pasando. Yo no hice nada. Lo único que hice fue portarme bien.
No puedo evitar no llorar mientras escribo esto. Me he pasado la vida de lágrima en lágrima, con dos o tres altas y millones de bajas, y todavía es difícil encontrar la felicidad. ¿Qué tengo que hacer para ser feliz? ¿Qué?
A las siete en punto llegó Fabián a buscarme y yo todavía estaba maquillándome. Le dije a mamá que le avisara que en diez minutos estaba lista. Los vi conversar todo el rato mientras yo me terminaba de arreglar. Sé que mi madre iba a aprovechar para sacar información, pero eso no me preocupa. Por primera vez quería que ella preguntara, porque no iba a encontrar nada malo.
Me puse mis jeans favoritos, esos que me hacen ver las nalgas arriba y la cintura pequeña, una blusa con un escote llamativo y un saco para darle algo de formalidad. Había pasado ya una hora domando mi cabello y me veía espectacular.
Cuando salí, mi mami estaba con una sonrisa de oreja a oreja y el riendo como un niño. Casi se me salen las lágrimas, hace mucho que deseaba presenciar una escena como esa. Era mi sueño haciéndose realidad.
Nos despedimos de mamá, nos montamos al carro y nos fuimos. En el camino el no hacía más que hablarme del maravilloso día que tuvimos ayer.
-Mi abuela me preguntó si nos vamos a casar- comentó con un tono bastante pícaro. –pero yo le dije que no dependía de mi.
Cuando dijo eso mi corazón palpitaba a mil. Pero no dije ninguna palabra. Me sentía como una adolecente.
Me agarró la mano y se la deslizó en la mejilla. Le dio un beso. Me miró y me dijo: “tu eres muy especial para mí”.
Yo seguía muda. Para cuando llegamos a la oficina prácticamente iba en una nube. El señor perfecto de verdad que me tenía enamorada.
Nos pasamos la mañana enviándonos emails románticos, que poco a poco fueron tornándose picantes. A eso de las once de la mañana me mando “—Si estuvieras aquí, ya estaríamos…--“. No resistí, sentí que eso era una invitación, así que me paré y me fui a su oficina. Cerré la puerta, le extendí la mano y lo paré de su silla. Cuando estuvo frente a mí, lo rodeé con mis brazos me acerqué a su oreja y le susurré “me tienes loca”. Entonces nos envolvimos en un apasionado beso, que revivió todas mis esperanzas.
Hubiésemos estado por horas besándonos, si no es porque mi propio jefe entró repentinamente y nos encontró en el acto. El pobre quiso ignorar lo que había visto comentando “qué bueno que los encuentro juntos, quería felicitarlos por el contrato con los taiwaneses, prácticamente es como lo queríamos, felicidades”.
Yo aproveché para escabullirme y volver a mi puesto, con una gran sonrisa en mi mente. Estaba realmente feliz por lo que había pasado.
A eso de las tres de la tarde, vino Fabián y me dijo que se tenía que ir a una reunión con un banco, pero que quería que fuéramos a cenar en la noche. Por supuesto que le dije que sí. Quedó de pasar a las siete por mi casa.
Eran las seis y media y ya yo estaba lista. Me puse un vestido blanco, tipo coctel, que solo había usado en el año nuevo. Creo que me arreglé demasiado, porque hasta mi papá me preguntó que quién se casaba.
Esperé hasta las ocho y como no había llegado lo llamé a su celular. La primera vez me salió el buzón de voz, así que pensé que era un error. La segunda y la tercera vez me confirmaron que en realidad estaba apagado.
Debí llamar otras noventa y siete veces y nada. Falta un cuarto para las doce y todavía no me ha llamado. Voy a apagar mi celular. No quiero saber nada. Lo único que quiero es llorar hasta quitarme la rabia que tengo encima. :’(