jueves, 25 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 8




Diario de una cebollita

Día 8

Panty


Por Dionisio Guerra

Terrible. La verdad me da mucha pena escribir lo que pasó hoy. Fue una de las experiencias más extrañas de mi vida y en verdad, que espero nunca vuelva a repetirse. Creo que todo me pasa por calenturienta, pero juro que ya aprendí.

Comenzaré por el principio. Como Fabián quedó de pasar por mí para llevarme al trabajo a las siete y media de la mañana, me levanté dos horas antes para estar hermosa para cuando llegara. Me medí ocho mudas de ropa. Pantalón, falda, camisa, blusa. De todos los tamaños, de todas las formas, de todos los estampados. Al final me decidí por una falda a la rodilla con vuelo, que dejaba ver mis lindas piernas y una blusa roja con un escote que hacía más llamativo mi busto.

La verdad quería impresionarlo. A pesar de que es un hombre atractivo, y exitoso como profesional, al parecer le falta mucho que aprender de las mujeres. En estos días que hemos estado juntos ni siquiera me ha acariciado la mano, ni siquiera me ha dado un besito en el cachete. Todo es muy formal y respetuoso.

Yo entiendo que esas cosas sucedan en el ambiente laboral, pero nosotros ya pasamos esa línea. En Taboga me moría por abrazarlo, pero a veces una mujer debe guardar cierta compostura en los lugares públicos. Sin embargo, hoy me levanté con ganas de hacer lo contrario: de seducirlo.

Vino puntual. Otra vez me saludo dándome la mano, como a un hombre. Tan pronto subí al auto, sentí aquel perfume enloquecedor. Él casi ni hablaba, pero yo lo noté algo nervioso. Eso decía que mi atuendo estaba cumpliendo su cometido.

Comencé a agradeciéndole el día de ayer, pero creo que el perfume me fue emocionando y me atreví a ponerle una mano en su pierna. Quedó mudo. La quité estratégicamente, pero un minuto más tarde la volví a poner. Era tan divertido descontrolarlo.

El tranque que empezaba a formarse fuera estaba a mi favor. Para entonces ya el perfume había despertado una tigresa dentro de mí. Le agarré la mano. Tosió. Jugué con sus dedos mientras le preguntaba cosas del trabajo. Me agarró la mano. La apretó fuerte por alrededor de un minuto. Yo cerré los ojos y disfruté el momento.

Todo esto ocurría sin que nadie dijera una palabra. Le agarré la mano y le di un beso. Él no se atrevía ni a mirarme. Era como un adolescente. Me apretó la mano. La apretó fuerte e hizo lo mismo. Todo esto sin mirarme.

“Me gustas mucho Fabián”, le dije. Pero no reaccionó. Estaba petrificado. Luego no sé si lo pensé en voz alta pero le sugerí ir a un lugar más privado antes de llegar a la oficina. Faltaba todavía una hora para entrar.

No estoy segura si me escuchó, pero después de un par de desvíos entramos a un lugar de no tan buena reputación, pero el ideal para hacer lo que estaba en mi mente.

Tan pronto detuvo el carro. Lo besé. El pasmado siguió mi juego. Me bajé, le quité el cinturón de seguridad y continué besándolo. Él se bajó a pagar. Cuando nos abrieron seguí besándole. Pero ahora con cada beso intercalaba el despojo de una de las prendas que vestía. Primero la blusa. Besos. Fuera la falda. Caricias en la espalda. Fuera el brasier. Una mordida y allá va el panty.

Cuando estaba a punto de tirarme a la cama, suena su Blackberry. Me lo enseñó, me dijo que era el presidente de la firma, y se encerró en el baño a conversar. Al salir sin mirarme me dijo:”vístete que nos tenemos que ir, te espero afuera”.

Yo comencé a recoger mi ropa del piso, apenada y refunfuñando. ‘¿qué clase de hombre es este?’ me preguntaba, sin saber cuál sería mi verdadera agonía ese día. Recogí la falda, el brasier, la blusa y hasta las sandalias, pero no encontré el panty. Los busqué por todos lados, pero en mi apasionada entrada quién sabe dónde quedó.

Puedo jurarlo, rebusque ese cuarto tres veces y nada. Mi panty había desaparecido. A los cinco minutos de búsqueda volvió a entrar y decirme: “Nos tenemos que ir ya. Voy a arrancar el carro”. Me vestí con lo que tenía y me monté al carro sin ropa interior.

No hablamos hasta que llegamos a la oficina. Fabián me dijo que se iba a Chiriquí, que me llamaba luego. Yo llegué me senté y no me paré hasta las seis de la tarde, la hora de salida. Pedí almuerzo a domicilio. Ni siquiera fui al baño.

Un fresquito indescriptible recorrió mi cuerpo todo el día. Rogué que no me llegara el frío porque literalmente podía congelarme. El temor fue latente todo el día. Nervio mezclado con el fresco. Era mi secreto. Con cada persona que pasó a mi lado lanzaba una oración deseando que no se diera cuenta.

Sentía la cara caliente. Lo más probable es que tuviera las orejas rojas. Me pasaba las manos a cada rato por la cara. Cada movimiento en la silla lo hice con la mayor delicadeza del mundo. Cruzar las piernas, ni pensarlo. Fue un riesgo que no me tomé. Además así también evité el frío.

Pagué un taxi de diez dólares hasta mi casa. No quería hablar con nadie. Mi mamá me recibió con una sonrisa, pero yo ni siquiera pude mirarle a la cara. Me metí al baño. Me quité la ropa. Abrí la regadera y me metí bajo el chorro de agua. Me puse a llorar, casi tan fuerte como la corriente que caía sobre mí.

La verdad ni siquiera estaba segura del porqué de mi llanto. No estoy segura si era por haberme quedado sin panty todo un día, por el desplante que me hizo Fabián o por quedar ante él como una loca caliente.

No creo que pueda dormir esta noche ni tampoco dejar de llorar :’(