jueves, 6 de agosto de 2009

Diario de una cebollita: Día 20


Diario de una cebollita

Día 20

Corazón

Por Dionisio Guerra



Estoy roja. La vergüenza ha pintado todo mi cuerpo con su color favorito. Esta mañana me levanté siendo la mujer de siempre pero ahora la termino siendo yo, pero diferente. Creo que finalmente me he convertido en una mujer real que tal vez seguirá llorando todas las noches, pero que ha entendido que pase lo que pase la vida tiene un bonito final para mí.
Llegó la hora en que yo dejaré de preocuparme y tratar de ser más feliz.
Desde que me levanté en la mañana, lo hice en la actitud de la más grande perdedora del mundo. Tenía la cara hinchada de llorar. Después de bañarme me hice una cola de caballo en el pelo, agarré mi ropa sucia y me puse a lavar. Barrí mi cuarto, acomodé las cosas que estaban mal puestas, limpié la cocina y ya para el mediodía estaba nuevamente sentada en la cama, tratando de imaginar diecisiete formas de matarme.
De repente algo comenzó a facilitarme el trabajo. Un punzante dolor en el pecho me fue reduciendo a una frágil y desahuciada niña a punto de morir. El dolor era en medio de mis senos justo sobre el corazón, al menos eso decía yo, y después de media hora ya estaba yo revolcándome sobre la cama controlada totalmente por lo que me acaecía.
Afortunadamente en medio del dolor, sin tener yo fuerzas para llamarla, mi mamá entró a mi cuarto y me encontró en ese deplorable estado. A lo lejos le escuché decirle a mi papá: “Viejo vístete, tenemos que llevar a la niña al hospital, está muy grave”.
Según yo, Fabián había roto mi corazón, literalmente. Yo sería ahora otra niña de Guatemala “esa que se murió de amor”. En mi familia hay un historial de hipertensos y problemas cardiacos que hicieron que mis papás también pensaran que lo peor.
En el camino le dije a mi papá que no me llevara a urgencias del Seguro, que se acordara que del trabajo teníamos atención en uno de los mejores hospitales privados. Después de eso no recuerdo nada del trayecto, tal vez por la debilidad perdí el sentido.
Solo recuerdo cuando llegamos al hospital que unos paramédicos me levantaron y me pusieron en una camilla. Yo totalmente doblada por mi dolor me sentía como una sentenciada a muerte.
Y sucedió que mientras iba entrando en la camilla, desde una silla de rueda, alguien toco mi mano y me llamó por mi nombre. Giré mi cabeza despacio, mientras mi mente intentaba decodificar esa voz. Era Fabián.
Por un momento creo que el dolor desapareció. Fabián sí que estaba para una urgencia. Su cara estaba toda moreteada y golpeada. Tenía sutura sobre la ceja y una pierna enyesada. Creo que era su mamá la que empujaba la silla y al lado estaba quien creo era su papá y un medico.
Casi se levanta de la silla al verme. Tal vez lo hubiese hecho si su mamá no se lo impide. Le expliqué lo que tenía, se volteó y le dijo a su mamá que no podían irse, ella le insistió que por su estado debían regresar a casa y eso, pero él le dijo “Yo me quedo”.
Me dijo que no me preocupara que su hermano es médico y que él se quedaría conmigo para que no me pasara nada malo.
La camilla entró me pasaron a una cama. El doctor que me atendió, en realidad más guapo que Fabián, me dijo que era su hermano. Me preguntó que me sentía y me dijo que me iba a hacer unos exámenes. Mientras me inyectaría algo para el dolor, pero que no me preocupara que estaba en el lugar indicado para que nada peor pasara.
Me sentí aliviada. Me dejaron en una camilla con venoclisis. Al rato entró Fabián, y me contó de lo suyo. Justo saliendo de la oficina un diablo rojo le pegó detrás y su carro patinó, se fue a una cuneta y dio tres vueltas. Afortunadamente solo tiene una pierna rota y algunos raspones en su cara.
-Solo pensaba en ti, pero no sabía cómo llamarte. No sé donde quedó mi teléfono-me dijo tiernamente mientras me acariciaba la mano.
Estuvimos conversando por alrededor de una hora, hasta que llegaron los resultados de los exámenes. Su hermano primero lo llamó aparte. Yo escuché una carcajada, no sé de cuál de los dos fue. Después vino Fabián donde mi.
-Dice mi hermano que tranquila, que no te vas a morir, que lo que tienes es solo un problema de gases, que debes alimentarte mejor- después de eso soltó una risa tan especial, que me dije a mi misma que quería escucharla el resto de mi vida.
Cuando salimos sus papás y los míos estaban esperando. Él me jaló hasta donde los suyos y me presentó como “esta es la muchacha de la que les he hablado, la que me tiene loco”. Yo miré a mis papás y estaban tan maravillados como él.
Cuando salimos del hospital él me pidió un minuto.
-Me dio mucho miedo la idea de perderte-me dijo
-Verte así también me asustó mucho-le contesté mientras le acariciaba las heridas de la cara
-Eres muy especial, concédeme el placer de estar contigo por el resto de mi vida
Yo me quede pasmada, en realidad no había entendido sus palabras. ¿Me habría querido preguntar si quería ser su novia o me estaba pidiendo matrimonio? Su carita esperaba una respuesta. Yo no sabía que tenía que responderle. Entonces me apresuré a responder mis propias preguntas.
-Si quiero ser tu novia y también quiero estar contigo toda la vida.
Después de eso nos despedimos con un doloroso beso en la boca. Nuestros papás se encargaron de llevarnos a nuestras casas, como cuando éramos niños. No podremos vernos en unos días, pero ya hemos hablado unas catorce veces por teléfono.
Por primera vez me siento totalmente feliz en mi vida. Creo que llegó la hora de cerrar este diario por un tiempo, y dedicarme a vivir la vida, como venga, y aprender que las lagrimas siempre nos ayudan a descubrirnos.
FIN