lunes, 22 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 7


Diario de una cebollita

Día 7

Cake

Por Dionisio Guerra

El día de hoy fue hermoso. Todavía no entiendo qué está pasando en mi vida, pero no voy a pensar en eso ahora. Quiero disfrutar todo lo que ahora me está haciendo feliz.

Este domingo comenzó temprano. En realidad muy temprano. A eso de las cinco de la mañana, un sueño perturbador me despertó. No recuerdo exactamente, pero tenía a Cristian y a su amiga, tirándome por la borda de un barco mientras Fabián trataba de impedírselo.

Después de eso no pude dormir. Estuve como una hora pensando en lo que pasó el día anterior y en cómo escuché a Fabián. Iban a ser las seis cuando me decidí. Me bañé, me vestí, metí un poco de ropa en una mochila y salí dispuesta a cambiar mi destino.

Mi papá que ya estaba despierto se ofreció a llevarme. Le dije que me iba a la playa con unas amigas. Le pedí que me dejara en el supermercado que está abierto las 24 horas, que allí nos veríamos. En realidad lo que quería era comprarle un dulce de cumpleaños a Fabián para sorprenderlo.

Casi me pongo a llorar. Solo quedaba un esquelético cake redondo blanco de ocho dólares con un pequeño corazón mal dibujado en el borde. Después de media hora de meditarlo cara a torta, lo decidí. No era lo que quería, pero de alguna forma expresaba lo que yo quería decir: 'aquí estoy, no soy perfecta, mi corazón está así porque he sufrido mucho, pero es muy dulce por dentro'.

Me fui convencida. Esa era exactamente la impresión que le quería dar. Después de pelear con tres taxis, conseguí que uno me llevara a Amador. Mi alegría se desvaneció cuando me bajé del auto, ante mis ojos partía el barco que iba a Taboga. Casi me tiro al mar desesperada tras él.

Era el primer viaje de las ocho. Afortunadamente a las diez salía otro y yo era la primera en la fila para abordarlo. Las horas se me hicieron largas con la ansiedad, pero puntualmente a las diez ya estábamos zarpando.

A las once y cuarto, ya estaba sobre la isla. Mi inquietud era descubrir cual yate era el que estaba Fabián. Había decenas de ellos y en todos había ambiente de fiesta. Aún estaba yo fijándome parada en una esquina con la enorme mochila, la cajeta del dulce, mi short, mis sandalias y mis lentes oscuros, cuando sentí que alguien me tomaba del brazo. Solté un grito, lo único que faltaba era que un delincuente se aprovechara de mí.

Mi vergüenza fue enorme. Era el mismo Fabián que al verme desorientada decidió rescatarme. El había ido a tierra firme por hielo y sus amigos seguían la pachanga en el barco. Le di el dulce. Fue un momento para grabarlo. Parecía un niño, sus ojos brillaban. Tartamudeando me agradeció el gesto.

Llegué de su brazo a la embarcación. Me presentó a cada uno de los que estaba allí. Eran once o doce, casi todos en pareja. Les dijo que yo era una compañera de trabajo, y les advirtió que me atendería como una reina. Pude ver caras de inconformidad con ese comentario.

Cuando entramos para dejar mis cosas, casi me desmayo. Había una mesa con comida de todo tipo, y en el medio un pastel “tipo boda”, de tres pisos. Mi minicake flácido de ocho dólares era una ofensa.
Me dijo que fuéramos a la parte frontal del yate. Llevó platos y cubiertos. Sacó el dulce y me dijo: “¿no me vas a cantar el feliz cumpleaños? Le canté, muy apenada. Aunque el sonreía todo el tiempo. De alguna forma muy hábil me tenía cautivada.

Nos comimos todo el dulce. El dijo que estaba delicioso, pero yo puedo jurar que sabía a jabón. Eso no importó, éramos él, yo y el mar.

Mientras estuvimos allí llegó una de las amigas y me preguntó '¿y tú que cliente ves en la firma?'. Yo le dije: “en realidad todos, porque soy la asistente del presidente”. Su boca se torció me miró sobre los hombros, y con intriga en sus palabras dejó salir: “Ah...eres una secretaría”.

Antes que yo dijera algo Fabián se adelantó a decirle: “En realidad ella es la que hace el trabajo fuerte. ¿No te acuerdas qué hacías tú cuando te conocimos?”. No quise indagar sobre aquello, él se comportó como un caballero y eso fue suficiente para mí.

Me dijo que saliéramos a la isla a caminar, advirtiéndome: “ellos son mis amigos porque crecimos juntos, pero a ninguno le intereso. Hicieron esta fiesta porque querían una excusa para la fiesta, pero de no ser el cumpleañero ni siquiera me hubiesen invitado”.

Estuvimos en la playa, paseamos por la ciudad, nos tomamos un raspao y compramos artesanías. Nos divertimos. A las tres volvimos a la ciudad. Él me llevó a la casa.

Se despidió de mí con un apretón de manos. Definitivamente, aunque es un hombre lindo, le falta mucho que aprender. Quedó de pasar por mi mañana para ir juntos a la oficina. Ya estoy esperando que llegue ese momento. Hoy si lo puedo decir. Estoy feliz.