El vaticano acaba de condenarme al infierno. Yo que creía que por no matar al tipo que se robó al amor de mi vida y dejar propina a los meseros groseros estaba en cielo, casi me voy de bruces con la sorpresa. A Benedicto 16 se le ocurrió la brillante idea de reorganizar la lista de pecados. Según esta reedición de “Los Mandamientos” transcritos por Moisés, en el año de 1260 a.c., la contaminación ambiental, las drogas, la manipulación genética, experimentos en las personas, amasar fortuna y las desigualdades sociales, que antes eran simples excusas o modas, pasaron a formar parte de los nuevos pecados condenados por la Iglesia Católica. Pobre Bill Gates. Pobre Dolly. Pobre Amy Winehouse. (Aunque creo que ellos no son católicos).Hace rato que vengo pensando en lo “mucho” que trabaja la iglesia. El año pasado me sorprendió (léase con ironía) cuando salió a vociferar que el limbo no existe (gran avance para la humanidad). Luego salieron a condenar como faltas graves a las leyes de tránsito y para rematar, terminando el año, volvieron a permitir las misas en Latín en todo el mundo (aquí caen los globos y las serpentinas).Yo no sé si en realidad ese es el trabajo de la iglesia, pero yo apostaría más alto y dejaría de estar perdiendo el tiempo en trivialidades. No veo que hacen nada por acabar con las guerras, tratar de unir las religiones o exigir los derechos de los menos favorecidos, y principalmente, por “limpiar la casa”, que no está tan bendita como nos hacen creer.