lunes, 29 de junio de 2009

Diario de una Cebollita: Día 9


Diario de una cebollita

Día 9

Celular

Por Dionisio Guerra


Otro día extraño. No sabía de qué forma iba a llegar al trabajo. Sentía que todos se habían enterado que anduve con mis atributos al aire el día anterior. Fabián me mandó un correo electrónico diciendo que estaría por unos días más en Chiriquí. Creo que fue lo mejor que pudo pasar. No estoy preparada para enfrentarlo, para verlo a la cara. Debe estar burlándose de mí cada vez que se acuerda.

Pasé toda la mañana pensando en mi actitud barata del día anterior. Ahora con ropa interior eso era relevante. En realidad creo que tenía esperanzas de encontrar al fin un buen partido, pero veo que esa ilusión se aleja cada vez más de mi vida.

Esas reflexiones matutinas me dejaron down el resto del día. Me puse a pensar todo tipo de cosas. En realidad a esta altura de mi vida creo que no he logrado muchas cosas. Soy una mujer joven con un título universitario, con grandes capacidades, pero subvalorada. Fabián tenía razón cuando dijo que hago todo el trabajo.

Al parecer este día no podía pasar con cero desdichas. Después de una reunión se me olvidó quitarle el estado de vibración al teléfono y poco después del almuerzo, con una probabilidad que calculo en una en tres millones y medio, en una llamada de la cual nunca me enteraré, el celular vibró y vibró hasta deslizase entre unas carpetas y zurrarse hasta mi taza hirviente de café.No sé cuánto tiempo pasó, pero a mí me avisó del evento el burbujeo dentro de la taza. Me estresé. Saqué como pude el teléfono chorreando en café y lo llevé al baño. Allí lo envolví todo lo que pude en papel higiénico. Le quité la batería y el chip, y traté de secarlo lo más que pude.Contemplar mi teléfono en plena agonía me puso muy triste. Poco me faltó para hacerle RCP.

Al ver mi celular allí, desarmado, indefenso y sin vida me eché a llorar por mi desgracia. En el fondo sabía que no lloraba por el teléfono. Era como el conjunto de todo lo que se me acumuló en estos días. Subidas y bajadas. Ilusiones y desaires. Todo tan seguido.

Mientras me deshacía en lágrimas entró Rebeca y al verme en ese estado se alarmó. Después ella me confesó que pensó que se había muerto un familiar muy cercano para mí. Me abrazó y lloré en su hombro. Eso me dio fuerzas y descargué unos cinco minutos más de llanto sobre su consuelo.

Cuando vio sobre el lavamanos mi celular en pedazos cayó en cuenta. Después de separarme de sí, me agarró por los hombros, me miró a la cara y me dijo: “espero que no sea eso por lo que estés llorando”.

Obviamente le dije que no. La realidad era esa. Y como si lo necesitara comencé a contarle todo lo que me había pasado en los últimos días, desde el bus hasta el panty. No sé cómo pude sobrevivir a esto sin una amiga que escuchara mis penurias.

Recibí de ella varios consejos. El principal fue que tomara las cosas con calma y que le diera tiempo al tiempo. Pero sobre Fabián me dijo: “dice la recepcionista que es gay”. Estoy segura que la estúpida esa se le debe haber insinuado y como él no le hizo caso, ahora quiere dañar su reputación.

Rebeca me acompañó toda la tarde, asegurándose que estuviera bien. Incluso me dijo que me daría el “bote”, más cerca de mi casa. Me sentía motivada por las palabras de aquella compañera que ahora se estaba convirtiendo en mi amiga.

Decidí tomar las cosas con calma. Le agradecí a Rebeca darme su apoyo y bajé de su auto. Estaba a una media hora de casa, así que me tocaba esperar un taxi. Paré dos y ninguno quiso llevarme, aun así yo me sentía positiva.

El sonido de una campanilla aumento mi entusiasmo. El señor de las paletas se acercaba, así que decidí relajarme más con una deliciosa paleta de guineo, de las que eran mi obsesión de niña.

Saludé al señor. Me dio la paleta. La abrí. Disfruté cada rincón de su refrescante estructura e incluso me atreví a pedirle una segunda de coco. El señor me dijo: “Reina, son ochenta centavos por las dos”.
Yo, todavía con el entusiasmo alto, abrí la cartera en busca de mi wallet, pero no la encontré. Ya había devorado media paleta, así que procedí a realizar una segunda búsqueda. Nada. Al parecer con el enredo de mi teléfono la debí haber sacado y dejado sobre mi escritorio.

Sin remedio, el señor me regaló la de guineo. La de coco la tuve que devolver. Sin dinero, sin teléfono y con vergüenza, casi me echo al suelo en un berrinche. No tenía otra opción tuve que empezar a caminar hacia la casa.

En tacones y con un bolso pesado, pero sin un centavo, lo único que agradecí fue llevar ropa interior ese día.

Pude caminar por hora y media. Estaba exhausta y hambrienta. Fue entonces que, como a tres calles de mi casa hice el descubrimiento. Una tienda de celulares que acaba de inaugurar. Entré para mentalizarme sobre mi nueva inversión. Por un momento me sentí como una extraterrestre. Todos los modelos llevaban como veinte años de ventaja sobre el mío.

Me cautivaron varios modelos. Intenté preguntarle a una de las muchachas que atendía, que por su acento pude adivinar que era colombiana, pero fui ignorada al menos en cinco ocasiones. Estaba yo todavía tratando de llamar su atención cuando, no supe cómo ni en qué momento, a mi lado se paró un ángel. Era un muchacho de unos treinta años con los ojos miel, sin imperfecciones y bien arreglado, que me miraba fijamente. Yo con el aspecto de un orate, sudada, despeinada y con el maquillaje corrido, solo alcancé a sonreírle. El devolvió el gesto con una sonrisa que terminó de enamorarme.

Fuera de órbita, pareciendo una tonta, solo me atreví a comentarle: “estos colombianos”. Casi me muero de la vergüenza cuando con un marcado acento paisa me dice: “Te puedo ayudar en algo”.

La cara de vergüenza se me debió notar a kilómetros de allí. Por poco y salí corriendo del lugar inmediatamente, pero esa sonrisa tenía mis pies pegados al suelo.

Él sin duda, se percató de todo lo que hice. Yo solo me atreví a decirle: “necesito algo bonito y barato”. Después de comentar que esa era su especialidad, me presentó un equipo de $9.99. Le dije que regresaría y me dio su tarjeta por si me decidía (como si no estuviera decidida).

Se llama Andrés.

Me fui ilusionada de allí. Creo que mañana volveré.

jueves, 25 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 8




Diario de una cebollita

Día 8

Panty


Por Dionisio Guerra

Terrible. La verdad me da mucha pena escribir lo que pasó hoy. Fue una de las experiencias más extrañas de mi vida y en verdad, que espero nunca vuelva a repetirse. Creo que todo me pasa por calenturienta, pero juro que ya aprendí.

Comenzaré por el principio. Como Fabián quedó de pasar por mí para llevarme al trabajo a las siete y media de la mañana, me levanté dos horas antes para estar hermosa para cuando llegara. Me medí ocho mudas de ropa. Pantalón, falda, camisa, blusa. De todos los tamaños, de todas las formas, de todos los estampados. Al final me decidí por una falda a la rodilla con vuelo, que dejaba ver mis lindas piernas y una blusa roja con un escote que hacía más llamativo mi busto.

La verdad quería impresionarlo. A pesar de que es un hombre atractivo, y exitoso como profesional, al parecer le falta mucho que aprender de las mujeres. En estos días que hemos estado juntos ni siquiera me ha acariciado la mano, ni siquiera me ha dado un besito en el cachete. Todo es muy formal y respetuoso.

Yo entiendo que esas cosas sucedan en el ambiente laboral, pero nosotros ya pasamos esa línea. En Taboga me moría por abrazarlo, pero a veces una mujer debe guardar cierta compostura en los lugares públicos. Sin embargo, hoy me levanté con ganas de hacer lo contrario: de seducirlo.

Vino puntual. Otra vez me saludo dándome la mano, como a un hombre. Tan pronto subí al auto, sentí aquel perfume enloquecedor. Él casi ni hablaba, pero yo lo noté algo nervioso. Eso decía que mi atuendo estaba cumpliendo su cometido.

Comencé a agradeciéndole el día de ayer, pero creo que el perfume me fue emocionando y me atreví a ponerle una mano en su pierna. Quedó mudo. La quité estratégicamente, pero un minuto más tarde la volví a poner. Era tan divertido descontrolarlo.

El tranque que empezaba a formarse fuera estaba a mi favor. Para entonces ya el perfume había despertado una tigresa dentro de mí. Le agarré la mano. Tosió. Jugué con sus dedos mientras le preguntaba cosas del trabajo. Me agarró la mano. La apretó fuerte por alrededor de un minuto. Yo cerré los ojos y disfruté el momento.

Todo esto ocurría sin que nadie dijera una palabra. Le agarré la mano y le di un beso. Él no se atrevía ni a mirarme. Era como un adolescente. Me apretó la mano. La apretó fuerte e hizo lo mismo. Todo esto sin mirarme.

“Me gustas mucho Fabián”, le dije. Pero no reaccionó. Estaba petrificado. Luego no sé si lo pensé en voz alta pero le sugerí ir a un lugar más privado antes de llegar a la oficina. Faltaba todavía una hora para entrar.

No estoy segura si me escuchó, pero después de un par de desvíos entramos a un lugar de no tan buena reputación, pero el ideal para hacer lo que estaba en mi mente.

Tan pronto detuvo el carro. Lo besé. El pasmado siguió mi juego. Me bajé, le quité el cinturón de seguridad y continué besándolo. Él se bajó a pagar. Cuando nos abrieron seguí besándole. Pero ahora con cada beso intercalaba el despojo de una de las prendas que vestía. Primero la blusa. Besos. Fuera la falda. Caricias en la espalda. Fuera el brasier. Una mordida y allá va el panty.

Cuando estaba a punto de tirarme a la cama, suena su Blackberry. Me lo enseñó, me dijo que era el presidente de la firma, y se encerró en el baño a conversar. Al salir sin mirarme me dijo:”vístete que nos tenemos que ir, te espero afuera”.

Yo comencé a recoger mi ropa del piso, apenada y refunfuñando. ‘¿qué clase de hombre es este?’ me preguntaba, sin saber cuál sería mi verdadera agonía ese día. Recogí la falda, el brasier, la blusa y hasta las sandalias, pero no encontré el panty. Los busqué por todos lados, pero en mi apasionada entrada quién sabe dónde quedó.

Puedo jurarlo, rebusque ese cuarto tres veces y nada. Mi panty había desaparecido. A los cinco minutos de búsqueda volvió a entrar y decirme: “Nos tenemos que ir ya. Voy a arrancar el carro”. Me vestí con lo que tenía y me monté al carro sin ropa interior.

No hablamos hasta que llegamos a la oficina. Fabián me dijo que se iba a Chiriquí, que me llamaba luego. Yo llegué me senté y no me paré hasta las seis de la tarde, la hora de salida. Pedí almuerzo a domicilio. Ni siquiera fui al baño.

Un fresquito indescriptible recorrió mi cuerpo todo el día. Rogué que no me llegara el frío porque literalmente podía congelarme. El temor fue latente todo el día. Nervio mezclado con el fresco. Era mi secreto. Con cada persona que pasó a mi lado lanzaba una oración deseando que no se diera cuenta.

Sentía la cara caliente. Lo más probable es que tuviera las orejas rojas. Me pasaba las manos a cada rato por la cara. Cada movimiento en la silla lo hice con la mayor delicadeza del mundo. Cruzar las piernas, ni pensarlo. Fue un riesgo que no me tomé. Además así también evité el frío.

Pagué un taxi de diez dólares hasta mi casa. No quería hablar con nadie. Mi mamá me recibió con una sonrisa, pero yo ni siquiera pude mirarle a la cara. Me metí al baño. Me quité la ropa. Abrí la regadera y me metí bajo el chorro de agua. Me puse a llorar, casi tan fuerte como la corriente que caía sobre mí.

La verdad ni siquiera estaba segura del porqué de mi llanto. No estoy segura si era por haberme quedado sin panty todo un día, por el desplante que me hizo Fabián o por quedar ante él como una loca caliente.

No creo que pueda dormir esta noche ni tampoco dejar de llorar :’(

lunes, 22 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 7


Diario de una cebollita

Día 7

Cake

Por Dionisio Guerra

El día de hoy fue hermoso. Todavía no entiendo qué está pasando en mi vida, pero no voy a pensar en eso ahora. Quiero disfrutar todo lo que ahora me está haciendo feliz.

Este domingo comenzó temprano. En realidad muy temprano. A eso de las cinco de la mañana, un sueño perturbador me despertó. No recuerdo exactamente, pero tenía a Cristian y a su amiga, tirándome por la borda de un barco mientras Fabián trataba de impedírselo.

Después de eso no pude dormir. Estuve como una hora pensando en lo que pasó el día anterior y en cómo escuché a Fabián. Iban a ser las seis cuando me decidí. Me bañé, me vestí, metí un poco de ropa en una mochila y salí dispuesta a cambiar mi destino.

Mi papá que ya estaba despierto se ofreció a llevarme. Le dije que me iba a la playa con unas amigas. Le pedí que me dejara en el supermercado que está abierto las 24 horas, que allí nos veríamos. En realidad lo que quería era comprarle un dulce de cumpleaños a Fabián para sorprenderlo.

Casi me pongo a llorar. Solo quedaba un esquelético cake redondo blanco de ocho dólares con un pequeño corazón mal dibujado en el borde. Después de media hora de meditarlo cara a torta, lo decidí. No era lo que quería, pero de alguna forma expresaba lo que yo quería decir: 'aquí estoy, no soy perfecta, mi corazón está así porque he sufrido mucho, pero es muy dulce por dentro'.

Me fui convencida. Esa era exactamente la impresión que le quería dar. Después de pelear con tres taxis, conseguí que uno me llevara a Amador. Mi alegría se desvaneció cuando me bajé del auto, ante mis ojos partía el barco que iba a Taboga. Casi me tiro al mar desesperada tras él.

Era el primer viaje de las ocho. Afortunadamente a las diez salía otro y yo era la primera en la fila para abordarlo. Las horas se me hicieron largas con la ansiedad, pero puntualmente a las diez ya estábamos zarpando.

A las once y cuarto, ya estaba sobre la isla. Mi inquietud era descubrir cual yate era el que estaba Fabián. Había decenas de ellos y en todos había ambiente de fiesta. Aún estaba yo fijándome parada en una esquina con la enorme mochila, la cajeta del dulce, mi short, mis sandalias y mis lentes oscuros, cuando sentí que alguien me tomaba del brazo. Solté un grito, lo único que faltaba era que un delincuente se aprovechara de mí.

Mi vergüenza fue enorme. Era el mismo Fabián que al verme desorientada decidió rescatarme. El había ido a tierra firme por hielo y sus amigos seguían la pachanga en el barco. Le di el dulce. Fue un momento para grabarlo. Parecía un niño, sus ojos brillaban. Tartamudeando me agradeció el gesto.

Llegué de su brazo a la embarcación. Me presentó a cada uno de los que estaba allí. Eran once o doce, casi todos en pareja. Les dijo que yo era una compañera de trabajo, y les advirtió que me atendería como una reina. Pude ver caras de inconformidad con ese comentario.

Cuando entramos para dejar mis cosas, casi me desmayo. Había una mesa con comida de todo tipo, y en el medio un pastel “tipo boda”, de tres pisos. Mi minicake flácido de ocho dólares era una ofensa.
Me dijo que fuéramos a la parte frontal del yate. Llevó platos y cubiertos. Sacó el dulce y me dijo: “¿no me vas a cantar el feliz cumpleaños? Le canté, muy apenada. Aunque el sonreía todo el tiempo. De alguna forma muy hábil me tenía cautivada.

Nos comimos todo el dulce. El dijo que estaba delicioso, pero yo puedo jurar que sabía a jabón. Eso no importó, éramos él, yo y el mar.

Mientras estuvimos allí llegó una de las amigas y me preguntó '¿y tú que cliente ves en la firma?'. Yo le dije: “en realidad todos, porque soy la asistente del presidente”. Su boca se torció me miró sobre los hombros, y con intriga en sus palabras dejó salir: “Ah...eres una secretaría”.

Antes que yo dijera algo Fabián se adelantó a decirle: “En realidad ella es la que hace el trabajo fuerte. ¿No te acuerdas qué hacías tú cuando te conocimos?”. No quise indagar sobre aquello, él se comportó como un caballero y eso fue suficiente para mí.

Me dijo que saliéramos a la isla a caminar, advirtiéndome: “ellos son mis amigos porque crecimos juntos, pero a ninguno le intereso. Hicieron esta fiesta porque querían una excusa para la fiesta, pero de no ser el cumpleañero ni siquiera me hubiesen invitado”.

Estuvimos en la playa, paseamos por la ciudad, nos tomamos un raspao y compramos artesanías. Nos divertimos. A las tres volvimos a la ciudad. Él me llevó a la casa.

Se despidió de mí con un apretón de manos. Definitivamente, aunque es un hombre lindo, le falta mucho que aprender. Quedó de pasar por mi mañana para ir juntos a la oficina. Ya estoy esperando que llegue ese momento. Hoy si lo puedo decir. Estoy feliz.

jueves, 18 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 6


Diario de una cebollita

Día 6

El EX

Por Dionisio Guerra

Estoy por creer que tengo un problema mental. Una incapacidad que no me permite razonar correctamente y que prácticamente me obliga a estar de error en error. Ayer decía que creo en las segundas oportunidades, pero ya estoy evaluando seriamente si esa afirmación seguirá siendo parte de mi vida.

Como buena niña en sábado, me levanté temprano a lavar ropa y ayudar con los quehaceres, pero en la tarde estaba lista para recordar una de las mejores épocas de mi vida con Cristian.

Nos encontramos a eso de las cinco de la tarde y fuimos a ver “Marley y yo”. La película sobre un cariñoso pero diabólico perro que me tuvo llorando descontroladamente media hora después que salimos del cine.

Cristian, que conoce ya mi sensibilidad, me llevó a tomar un poco de aire para que se me pasara. Me tomó de la mano, me abrazó, me acarició la mejilla, me besó. Era como si hubiera regresado de ese largo viaje en que me dejó hace tres años, cuando nos separamos. Me sentí protegida y segura en sus brazos.

Después de recibir una llamada, me dijo: “vamos a ir a cenar con mis amigos”. En realidad no eran sus amigos, era su mejor amiga, a la cual detesto y ella me detesta. Primero me predispuse a tener que sopórtala, pero después pensé que debía evaluar esta nueva oportunidad de estar juntos desde todos sus ángulos, así que me dije “voy a intentar caerle bien esta vez”.

Llegamos y ella ya estaba sentada con su novio. Yo los saludé como si nada, pero si noté la mueca que ella hizo cuando me vio. Mientras ordenamos ella le comenzó a hablar a Cristian sobre quién sabe quién de la universidad, del hijo de su tía y luego del carro que le estaban vendiendo, cosas que solo ellos dos entendían.

Él fue acaparado totalmente por ella, mientras yo no veía cómo incorporarme en la conversación y dejar de ser únicamente el ficus. Comencé primero con afirmaciones (¡Sí!), luego a hacer símiles (yo conozco a alguien que también lo hizo) y también di mi opinión (Yo creo que...), pero nada de eso sirvió. Incluso he llegado a pensar que se pusieron de acuerdo para tratarme así.

Mientras comíamos ella empezó a hablar de una tal Sonia, con la que al parecer Cristian estuvo saliendo.

Mejor que la dejaste. Yo me hubiera replanteado nuestra amistad, si seguías con ella. Era una corriente”. Todo eso lo dijo mirándome y con un marcado énfasis en sus palabras. Yo no le hice caso, hasta que mencionó. “Ni se te ocurra traerla de vuelta un día, y menos a cenar”.

Eso fue personal. Me levanté de la mesa hacia la salida enfurecida. Esperaba que Cristian corriera tras de mí a detenerme, a decirme que no me fuera, que todo era un mal entendido, y que ese era el último día que la veía, pero eso no sucedió. Solamente se limitó a llamarme por teléfono preguntándome “¿Qué te pasó?”.

Agarré el taxi a casa, casi mordiéndome la lengua. Una mujer no debe parecer indefensa ante un taxista. En casa nadie me esperaba, mis papás habían salido a cenar a casa de unos amigos. Aproveché para llorar a llanto suelto, como cuando era niña, hasta quedarme sin lagrimas y sin voz.

Tirada en el piso me juré no volver a creer nunca más en la palabra de un hombre. Pero reflexionando en mi cama me di cuenta de lo estúpida que fui al rechazar a Fabián, por querer revivir lo que tuve con quien pensé era mi alma gemela. Como eran más del las doce agarré el teléfono para felicitarlo por su cumpleaños. Lo que pude oírle, en medio de la fiesta que tenían allá, fue que estaba aburrido, que se sentía solo.

Siento que tuve una excelente oportunidad al frente, pero la dejé pasar. No puedo evitar seguir llorando. :'(

lunes, 15 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 5



Diario de una cebollita

Día 5

Humedal

Por Dionisio Guerra

En la mañana, lo primero que hice fue ir a otro salón de belleza a que me emparejaran la tragedia que traía encima. La verdad, hizo un milagro. Me quedó muy cortito, pero no se ve atroz, además según me dijo el peluquero, así mi pechonalidad resaltaba más. Me vi en el espejo y me pareció, así que esta vez salí con la frente en alta.

De regreso a la oficina iba pensando en lo fácil que cambia mi percepción de la gente. Al principio de esta semana rogaba que se diera la oportunidad de llevarle una taza de café a Fabián para echarle veneno de ratas dentro, pero ahora, finalizando la semana, tengo una ganas intensas de verlo.

Nos encontramos en el estacionamiento y me preguntó si quería almorzar con él. Le dije que sí, sin dudarlo. Mientras subíamos en el ascensor otra vez sentí el perfume, el de la locura, y me contagié. Rogaba por que llegara el medio día. Me dijo que vendrían a verlo unos clientes, que después hablábamos.

Me la pase feliz toda la mañana. Las otras me miraban raro y ya no me importaba si era por mi pelo. Pasé varias veces por café a la cocina soñando encontrármelo. Pero nada de eso sucedió.

Iban a ser las once de la mañana, cuando escuchamos un ruido extraño. Como una explosión. Parecía como su una corriente de aire hubiese entrado estrepitosamente. Como cesó, no le dimos importancia, hasta unos quince minutos después cuando la oficina se empezó a inundar.

Al parecer en el piso de arriba la presión hizo que las tuberías colapsaran, y el agua comenzó a filtrase de un piso a otro. Intentamos recoger las cosas, pero el Administrador ordenó que nos retiráramos a casa.

Como teníamos el resto del día a las muchachas se les ocurrió irnos de compra. Le pregunté a la recepcionista por Fabián y me dijo que lo vio salir con los clientes con los que estaba reunido y no dijo a qué hora volvería.

Me sentí decepcionada. ¿Se le habría olvidado la invitación?

Pasamos toda la tarde haciendo “window shopping” y por una de esas casualidades de la vida, mientras estaba en la sección de ropa interior de un almacén, se me apareció Cristian, mi exnovio favorito. Me dio un beso que dejó envidiosas a todas mis compañeras de trabajo, me tomó de la mano y me llevó fuera. Conversamos por largo rato.

Desde que terminamos, hace tres años, no nos volvimos a llamar ni coincidimos más. Ahora parecía otra persona. Amable, cordial, cariñoso, como en los primeros días de nuestra relación. Casi que me vuelvo a enamorar. A ese hombre yo lo amé con todas mis fuerzas, pero al final de nuestra relación se convirtió en un monstruo. Ahora me parecía estar viviendo un deja vu de aquellas épocas.

Me dijo que estaba de vacaciones, que me veía preciosa y que había dejado a la chola ridícula con la que se fue a vivir después que nuestra relación se acabó. “Vamos a salir”, me dijo, con su peculiar forma juguetona de convencerme. ¿Porqué debía decirle que no? Siempre he creído en las segundas oportunidades. Así que mañana vamos a ir al cine y después a cenar.

Me fui a la casa medio ilusionada. Creo que si fuéramos novios ahora seriamos más felices que cuando lo fuimos. Prácticamente éramos unos niños que no sabían nada de la vida.

Llegué a casa y me puse a ver fotos viejas de Cristian y cada vez me convencía más de que nuestra salida de mañana puede ser una nueva oportunidad. Leí sus cartas locas, sus poemas con faltas ortográficas y recordé sus llamadas en la madrugada hasta que nos quedábamos dormidos los dos en el teléfono.

Pero la burbuja de ilusión que me rodeaba fue interrumpida a eso de las nueve de la noche por el sonido de mi celular. Era Fabián, apenado, disculpándose y explicándome que los clientes extranjeros se lo llevaron a que les enseñara Panamá y no lo soltaron hasta ahora.

Lo primero que estoy haciendo es llamarte. Aún no me voy del hotel. Necesito que me disculpes”. Después sugirió algo que tuve que pedirle que repitiera para entenderlo. Según él cumple años el domingo y sus amigos han decidido organizarle una fiesta en un yate y quiere que lo acompañe. Salen mañana a las nueve de la noche y se quedan hasta el domingo en la tarde en la isla de Taboga.

Mi primera reacción fue decirle que sí, pero después me acordé que ya había quedado con Cristian para mañana. Así que por más que me encantara la idea tuve que negarme. “Es que ya había hecho planes con mi familia”, le dije.

No puedo negar que las últimas ocho horas han cambiado totalmente mi estado de ánimo. ¿Quién lo diría? Yo hoy soy asediada por varios galanes. A tal punto que tengo que escoger. La verdad espero haber hecho la mejor elección, mejor es malo conocido que bueno por conocer.

Mira tú, es la primera noche en días que no estoy llorando.

jueves, 11 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 4


Diario de una cebollita

Día 4

Napoleón

Por Dionisio Guerra


Debí dormir una hora. Estoy exhausta. Estoy llorando esta noche también. En parte por mi pelo, pero también por sensación extraña, que es mezcla de emoción con miedo.

En la mañana, con las pocas fuerzas que me quedaban me fui al salón de belleza para estar regia en la reunión de la tarde. Le pedí blower, pero la estilista me recomendó recortarme las puntas. Yo todavía adormilada le decía que sí a todo lo que ella sugería.

Cuando terminó casi le pido las tijeras para hacerme un hara-kiri. Lo que hizo no tiene nombre. Mi cabeza era como la abuela de “Pedro el escamoso”. En la parte superior lo dejó bien corto, pero la parte de atrás tenía mechones de todos los tamaños.

La cara de la dominicana era casi la mía. Creo que ella quiso hacer un experimento, que resultó fallido. Lo malo fue que mi cabeza sufrió las consecuencias. Salí de allí mirando al piso, a punto de llorar, pensando en la reunión de la tarde.

Al entrar a la oficina sentí que todo el mundo se burlaba de mi. Desde la atrevida de la recepcionista hasta cada uno de los socios. No había forma en que me peinara que no se notara. Era un real desastre. Es el mismo corte con que recuerdo a mi tía, y que mi prima llamaba el corte “napoleón”.

A las tres quedé de reunirme en el lobby con Fabián, el nuevo socio. Cuando me vio puso una cara de espanto, que estoy segura era por nuevo corte de pelo. Nos fuimos en su carro, sin decir ninguno palabra alguna. Encerrados los dos, comencé a percibir algo que antes nunca noté, un aroma especial que me gustaba mucho. No pasó mucho para darme cuenta que era el mismo perfume que hace unos días me convirtió en una loca en el bus.

No pude evitar mirarlo para asegurarme que no era el mismo que me dejó llorando aquella vez. Lo hice tan obvio que se dio cuenta. “¿Estás preparada?”, comentó mientras su mirada seguía al volante, y me explicaba la forma en que teníamos que hacer que esos clientes nos firmaran el contrato.

Por un momento desapareció el odio, lo miré lindo por primera vez. Me desperté a mi misma, recordándome que no era el momento para ilusionarse.

La reunión comenzó un poco tensa. Los clientes exigían cosas que no estaban en el contrato. Fabián no se dejaba y también les replicaba las exigencias, sin embargo en un momento las cosas se pusieron tan hostiles, que me atreví a reprocharles: “Señores, creo que está discusión debimos tenerla en otro momento, ya la negociación se hizo y ustedes aceptaron todo lo que establece ese contrato”. No sé de donde había sacado fuerzas, pero lo hice.

La junta directiva de la empresa me miraba atónita, seguro por mi cabello. El presidente de la compañía, me miró con ojos de asesino. Se levantó de su silla, me señaló y dijo: “¿Y usted quién es para estar opinando aquí? Suárez (a Fabián), espero un nuevo contrato con todo lo que le acabo de pedir. Cuando esté listo, me avisa personalmente. Mientras tanto no los quiero ver por aquí”. Después de eso salió apresuradamente por la puerta y detrás de él, cada uno de los representantes de la Junta.

Por un momento en el día, mi cabello no fue importante. Sentía una vergüenza tremenda y culpa, por haber dejado que nuestro cliente se enfureciera de esa forma. Yo salí corriendo tras ellos hacia la salida, llorando como una magdalena.

Fabián me alcanzó en el estacionamiento. No dijo nada, solo me abrazó. Me sentí tan bien en sus brazos. Desde allí el perfume era más intenso, así que lo apretaba cada vez más. Estuvimos largo rato así, hasta que dejé de sollozar.

Me dijo: “Tranquilízate, esto es normal en este tipo de negociaciones. Tu actuaste muy bien”. Después de eso, me llevó a la casa.

He estado pensando en él el resto de la noche. Pero eso no ha evitado que llore, cada vez que me miro en el espejo y contemplo el terror de mi pelo, entro en llanto. :'(

martes, 9 de junio de 2009

¿Apología del delito?

Apología del delito
Artículo de la Enciclopedia Libre Universal en Español


En el ámbito del derecho penal, la apología del delito o del crimen es un delito que consiste en el elogio, solidaridad pública o glorificación de un hecho que con fuerza de cosa juzgada ha sido declarado criminal, o de su autor a causa de este hecho.

Giosue Cozzarelli, para un anuncio en "La Prensa" sobre el ATLAS Ilustrado






P.D. : Creo que el comercial tiene un error. Según sé el nombre la chica es Giosue no Giouse como ponen en el comercial...¿O querían proteger su identidad? XD


lunes, 8 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 3



Diario de una cebollita

Día 3

Gracias Facebook

Por Dionisio Guerra

Necesito un baño en la playa. Son las cuatro de la mañana ahora. Sólo tengo dos horas para dormir antes de ir a trabajar. Como es costumbre, estoy tumbada en mi cama llorando. Mi día parecía glorioso pero al final de la noche se desmoronó.

En el trabajo lo único relevante que pasó fue que mi jefe me pidió representarlo mañana en una reunión con nuestros clientes más importantes, porque sale para un viaje de urgencia. La “buena noticia” (estoy siendo irónica) es que me toca ir acompañada con el socio nuevo, el “impoluto”. Creo que el desprecio es mutuo entre él y yo.

En la tarde me llamó Andreita, quería que la acompañara en la noche a celebrar el cumpleaños de Irma en una discoteca. Le dije que sí, pero después me arrepentí. Con el ánimo que he tenido estos días prefería quedarme en casa, pero cuando llegué del trabajo ella ya estaba allí esperándome, así que ni modo, me cambié y nos fuimos.

Estuvimos celebrando entre amigas por un rato, pero después me volví a acordar de lo mal que me ha ido en estas semanas. Pero algo que yo no me esperaba sucedió, apareció en escena Ramón y Ramiro, dos compañeros de la escuela que hace mucho no veíamos. Llegaron y se sentaron con nosotras.
Ramiro fue novio de Andreita en aquel tiempo y yo siempre me babié por Ramón. Comenzamos una agradable conversación entre los cuatros, pero luego de unos minutos, quedé conversando con Ramón mientras los otros recordaban viejos tiempos.

Me dijo que le encantaba verme, que estaba linda, que le agradaba haberme encontrado, que nunca se atrevió a decirme esas cosas en la escuela, pero la frase que terminó por derretirme fue “Me agrada que te hayas convertido en una hermosa mujer”. Sentí que fuegos artificiales estallaban dentro de mí. El poder de esa frase era lo único que me separaba de una depresión.

Un rato después nos estábamos besando. Fui feliz un par de horas y más cuando me dijo que le gustaría tener algo serio conmigo. Lo triste vino al contarme que en dos mese salía a estudiar a Europa por dos años. “¿Esperas a que venga?”, me dijo finalizando la noche.

El trayecto a casa esa pregunta fue la única cosa en mi mente, le di vueltas y vueltas. Por una hora estuve analizándolo en la cama. Me decía: “¿Qué puedo perder? Es un hombre maravilloso ¿Qué son dos años? Entonces me decidí a mandarle un mensaje confirmándole mi decisión. Entré a Internet, dispuesta a escribirle: “Creo que esta noche he descubierto que el tiempo no es nada. Acepto”.

Las manos me bailaban, el corazón me quería hervir, hasta que el mundo se volvió a caer sobre mí. Cuando abro su perfil en Facebook, lo primero que salta ante mis ojos, es Ramón está en una relación con Amanda”.

Primero me sentí entupida. Yo desnuda, aun maquillada, sentada ante el computador, ilusionada, dizque enamorada, para descubrir que los hombres siguen jugando conmigo. No pude evitarlo, las lágrimas comenzaron a rodar por mis cachetes y pronto quedé empapada en llanto.

Me entraron ganas de llamarlo, de putearlo, de asesinarlo, pero pensé que podría verme más imbécil que ahora, así que no lo hice. En cambio, me quede aquí en la cama llorando. No creo que pueda dormir, no puedo dejar de recordar su cara de príncipe azul prometiéndome el cielo.

Después de todo, creo que a quien tengo que fusilar es a mi misma. :'(

domingo, 7 de junio de 2009

Video: Life Bonita, Alejandro Lagrotta

Alejandro Lagrotta es uno de los artistas más queridos de Panamá, y porque no decirlo, con una de las mejores voces y letras en sus canciones. A mi en especial me encanta una que habla sobre una chinita que se llama “Enamolao”, pero ahora quiero hablar sobre el nuevo vídeo “Life Bonita”, que me ha dejado impactado favorablemente.
La calidad es de verdad genial, creo que es el primer vídeo musical hecho en Panamá con esta fotografía y me parece estupendo porque abre las puertas para que los nuevos talentos puedan hacer mejores cosas. El guión es lo único que me deja dudando (Rocky, Ghost, hasta hay un vídeo reciente de Daddy Yankee, con casi la misma temática), pero en realidad es salvable.
Tengo que confesar que la primera vez que escuché la canción en la radio no me gustó, creo que no me terminaba de convencer el spanglish, pero ahora la canto todo el día.
El mensaje es universal...más allá de las derrotas vivamos con felicidad nuestras vidas.
Espero que les guste este vídeo como a mí...

jueves, 4 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 2


Diario de una cebollita

Día 2

¿Qué te pasó?

Por Dionisio Guerra


Después de mi altercado de ayer esperaba que mi día fuera algo turbulento hoy, pero resultó más tranquilo de lo que esperaba. Lo que si tuve fue un día triste. Debo decir, angustiante.

Al mediodía, Rebeca me invitó a almorzar (cosa rara en ella), y como necesitaba salir de la oficina, para tomar otro aire, le acepté la invitación. Ojalá eso hubiera sido lo peor. Cuando llegamos al restaurante una de las primeras personas que veo es a Rita, mi compañera de secundaria. Hace más de diez años que no nos veíamos, me emocioné de ver lo bonita que estaba.

Me acerqué a saludarla. Me paré frente a ella y la miré a los ojos, ella me miró fijamente pero su cara decía que no se acordaba de mí. Me sentí tan decepcionada por eso. Fuimos amigas muchos años. Su mirada estuvo unos segundos sobre la mía, pero estuvo a punto de darse la vuelta e irse a otro lado. Le tuve que decir “Soy yo” para que me reconociera.

Eso fue lo peor que pude hacer, debí darme la vuelta también y asumir que nunca la vi. Su cara de asombro, auguró un terremoto a mi ego. “Pero qué te pasó, has cambiado mucho”. Hubiera preferido que me dijera “ballena”. Después de todo, ella está más gorda que yo.

Las lágrimas por poco se me salen frente a ella, pero lo único que hice fue sonreír y rematar con una mueca de vergüenza. No comí esa tarde ni el resto del día. La verdad lo de Rita, ha sido una de más de las afirmaciones de la gente que me encuentro que no veía hace años. “Tú no estabas así”, “Ya para la boca”, y lo peor “¿estás embarazada?”. La gente no tiene compasión. Peso solo 30 libras más de lo que pesaba en secundaria. ¿Eso me hace una vaca?

Hace como tres meses, cuando comenzó a pasarme eso en la calle. Llamé a Jorge, mi exnovio de la secundaria, y le pedí que hiciéramos el amor. Cuando me empecé a desnudar lo miré fijamente a la cara para ver si su reacción sobre mi nuevo cuerpo era de repudio. Me dijo cosas muy bonitas como que le encantaba el olor de mi piel o la suavidad de mis piernas, y que se había dado cuenta que mi cuerpo solo cambió de niña a mujer. Yo le creí. Eso es lo pasó. La oruga se convirtió en una mariposa, no en una vaca.

Las mujeres somos las enemigas más grandes de nosotras mismas. No voy a hacer dieta solo para complacer a Rita “la zorrita”. ¿O será que ese es mi gran problema? ¿Lo que me tiene alejada de los hombres? ¿Será que al final si soy una mujer obesa, que pronto no va a poder levantarse de la cama?
Lo siento, tengo que dejar de escribir, las lágrimas van a borrar la tinta. :(

lunes, 1 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 1


Diario de una cebollita

Día 1

Huelo el cielo
Por Dionisio Guerra

Hoy fue un día complicado, y como todas las noches estoy llorando. Tuve una discusión fuerte en el trabajo con uno de los nuevos socios. Cuando alguien cuestiona mi trabajo, me transformo. Me ha pedido una tarea, pero me presiona porque la quiere en el tiempo que dura un relámpago. Al parecer es difícil complacerles, pero no me he quedado callada. Es un tipo insoportable, me ha arruinado la tarde. No he estado de buen humor para nadie y he tenido que ir a llorar quince minutos al baño.

Por quedarme haciendo el trabajo que me solicitó he perdido el último bus a la ciudad. Esperé otro, de una ruta que desconozco, por más de una hora y finalmente tuve que hacer un trasbordo.

Tan pronto me subí al bus, caí rendida en el asiento. Debí dormir unos quince minutos. Desperté para darme cuenta que estaba en medio de un tranque por poco perpetuo. La lluvia que había caído en la tarde, mientras yo lloraba sobre el excusado, tapó las alcantarillas, inundando las calles y ocasionando que el tráfico se trastornara. Pero ahora, a diferencia de hace un cuarto de hora, no estaba sola en el asiento chueco del diablo rojo, un hombre se había sentado a mi lado.

Ese asunto no hubiera sido relevante en otro momento, pero tan pronto abrí los ojos comenzó a perturbarme. El hombre, al que nunca pude verle la cara, llevaba encima un perfume que me puso loca. Si, lo acepto, soy una mujer un poco desequilibrada, a la que le vuelven loca los aromas exquisitos.

No encontraba forma de mirarle la cara. Me acomodé de todas las formas posibles, pero no encontré una manera no obvia en que lo hiciera. Era un olor tan delicioso, que desapareció parte de mi vergüenza y decidí ser un poquito atrevida.

Haciendo que me estiraba, pegué todo mi cuerpo a su torso. Su primera reacción fue acomodarse, claramente alejándose de mi y mis intenciones. Pero como estaba decidida, lo hice una vez más. Esta vez su reacción fue la contraria y al acomodarse, lo hizo acercándose a mi lado, quedando totalmente unidos, cual siameses.

Mientras él hacía eso nos imaginé juntos, cara a cara observándonos. Mi siguiente respuesta fue un poco más arriesgada, comencé a rozar mi pierna contra la suya. Primero fue de forma discreta, y luego con más intensidad. El primer minuto él se paralizó. Sentí como su cuerpo dejó de vibrar. Para ese entonces, en el bus ya no cabía un alfiler, así que mi osadía cobraba el doble de riesgo.

Minuto y medio después de recibir mis despiadadas caricias, al parecer cedió. Primero con un movimiento sutil, que de no haberse repetido unos segundos más tarde hubiera creído que fue involuntario. El contacto aumentaba, cada vez con mayor fuerza.

No puedo asegurar cuanto duró, pero por varios minutos me desaparecí de este mundo. Creo que volé demasiado alto, porque cuando volví en mí, el paisaje de la ventana me hizo caer en cuenta que ya habían pasado tres paradas de donde debía bajarme.

Me levanté lo más rápido que pude, aún sin ver la cara del que desde ahora sería el hombre de mis sueños, y bajé como pude del bus. Por la ventana, con el tumulto de gente que había, sólo alcancé a ver a lo lejos, dos ojitos borrosos que se alejaron de mí, sin poder distinguir su rostro completo. Caminé desde allí hasta la casa por casi cuarenta minutos, sin dejar de pensar en el poderoso perfume que me había cautivado esa tarde y el calor que provocaron los roces entre su posesor y yo.

Entré al cuarto sin saludar a mis padres, y me eché a llorar en la cama, por haber perdido el amor de mi vida de esa forma... :’( y ahora, mientras escribo esto, todavía siento su presencia en mi nariz.

Sobre la cebollita

Hace unas semanas camino a casa se me ocurrió una idea. Esa idea tan pronto me senté en la computadora fue tomando forma. Se trata de una serie de historias, reales, contadas en forma de diario. Historias que me han contado, que he visto o que he escuchado.
Hoy pretendo hacer públicos los resultados de ese experimento. Es la primera vez que escribo en primera persona en femenino y créanme, no es fácil. Espero que compartamos juntos esta experiencia y vamos a ver cómo termina. Un abrazo