miércoles, 10 de agosto de 2011

Guía del soltero feliz. Regla 1: A las bodas siempre lleva pareja




¿Qué hago aquí? Esa pregunta me la he repetido toda la noche. Estoy atorándome con esta corbata, esperando una cita a ciegas y, para colmo de males, el novio no llega. Mi prima se casa. Lleva media hora sin salir del carro porque dice que la novia no debe aparecer antes que su futuro esposo. Yo sigo preguntándome qué hago aquí.
-¿No ha llegado todavía?- me pregunta por teléfono. Le contesto que no y se pone histérica. Dice que no lo va a llamar, que no va a ser la novia desesperada y yo creo que ya es tarde para aparentar lo contrario. También me avisa que vaya hasta donde ella está para conocer a Sara, la madrina. En realidad, ya la conozco: la niña gordita y llorona que le peleaba todas las muñecas a mi prima.
Mientras camino voy pensando en que tal vez su intención sea metérmela por los ojos. No sería la primera vez. Nadie en esta familia soporta verme con treinta años y soltero. Pero, aunque esto sea verdad, una bonita sorpresa me espera. Resulta que Sarita ya no es gorda y es hasta guapa. -Gracias a los dos por estar-  nos dice uniéndonos las manos como en las películas. Creo que un subtexto quiere decir algo como: “vayan pensando en un plan B si ese desgraciado no llega”.
El matrimonio debe ser un paso difícil y ese “desgraciado” tal vez no lo tiene claro aún. No lo culpo, quiero mucho a mi prima, pero creo que todavía le falta madurar en cuanto a cómo sostiene sus relaciones. Estoy seguro de que todo lo de la boda ha sido idea suya. Incluso a los padrinos los escogió ella sola. ¿Y si ahora el pobre se arrepintió y no está dispuesto a dejar su soltería? Creo que sería prudente darle mi apoyo. A escondidas por supuesto.
Me siento algo culpable. Probablemente no soy buen ejemplo para la raza masculina al permanecer soltero y promoviendo que otros así se mantengan. No es que odie el compromiso, es que me siento feliz como estoy.
Mientras esto no comienza aprovecho para saludar a mi familia, a la que poco veo. Mi abuela, como en cada ocasión, me pregunta -¿y tú cuándo? Me voy a morir sin ver a tus hijos, y eso sí me va a pesar-. Llevo escuchando eso desde que tengo catorce. Ya ni siquiera tiene sentido, mi abuela es inmortal.
Noto a mi tía algo nerviosa, a punto de llorar. Creo que esta boda también es por insistencia suya. Sus cuatro hijas se han casado por la iglesia, como se debe, y la menor no va a ser la excepción. Estoy seguro de que una plantada en el altar podría matarla de la tristeza.
Desde aquí le puedo leer los labios a mi tío “a mí me parecía raro que ese muchacho estuviera cinco años con la niña sin nada de nada porque ella iba a llegar virgen al matrimonio. Así era antes…pero ahora a los pelaos no les gusta. Yo te lo dije”.
Suena mi teléfono. El novio. –No puedo ir a la iglesia, no encuentro los anillos, tu prima me va a matar. Ya a mi mamá le dio una crisis, dice que eso es mal augurio”. Estos son tal para cual. Le recuerdo que justo anoche, en la práctica, me entregó los anillos porque soy el padrino y que era la tradición de la familia. “Miércoles, verdad” y sale disparado.
Durante la ceremonia, Sara me coquetea varias veces. El escote es como una excusa para que vuelva a mirar y mirar y mirar. Recuerdo verla de niña, mocosa, siempre con trenzas y faldones. De eso no queda nada. Comienza a gustarme. Estoy seguro de que esto es parte del plan.
-Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida...-. Desde aquí puedo ver las lágrimas de mi tía; y las de mis primas, las de mi madre, mis hermanas, mi abuela, y sí, también las de mi tío. Es de familia.
La recepción ha estado un poco aburrida. Parece ser que soy el único que no está en pareja. Todos o están recién casados o tienen niños pequeños a los que cuidar. Soy el bicho raro sin una novia que abrazar.
Llaman al lanzamiento de la liga. Soy el único con vello facial real. Estoy rodeado de mis sobrinos y otros primos, ninguno mayor de edad. Jorgito se hace con la liga. A sus doce, eso debe ser un hito. Sarita, por supuesto, se queda con el ramo. Aun así, me llaman para la foto.
-Ay pero ustedes ni han bailado, con lo mucho que te gusta el merengue a ti primito-, nos dice la recién casada y quedo con las manos de Sarita en la cintura. Comenzamos a bailar “Suavemente” y ella que empieza a hablar. Yo me transporto a nuestra infancia. Su voz es la misma. Me parece verla sollozando en la vereda con ganas de llevarse a su casa el nuevo juego de té de mi prima, con los mocos chorreándole hasta el piso.
Ella sigue hablando. Es casi un monologo. Yo sólo contesto “” o “ajá”. Ahora sale a relucir un ex novio que era atleta o algo así. Como si yo tuviera la culpa, me cuenta toda su historia. Sarita se tira un cuento largo que inevitablemente me imagino como terminará. La niña llorona no ha podido salir de su cuerpo. Sigo pensando es que es una estrategia para que la consuele.
Cada vez el llanto se hace más pronunciado, hasta el punto en que no se contiene y comienza literalmente a berrear. Es justo uno de esos momentos en que la música se para y todo se detiene alrededor de uno. Solo que en este momento hay una mujer llorando al frente mío y cerca de doscientas personas atentas.
Las caras de terror empiezan a emerger, sobre todo las de las chicas jóvenes. Debo parecer un ogro maltratándola. Yo trato de consolarla, pero el fuego se aviva cada vez más. Así que me la llevo hasta la mesa a esperar que se calme. 

¿Qué hago aquí?, sigo preguntándome.

Continuará...

Antes en la Guía del soltero feliz 
Regla 0: Se feliz, estás soltero