jueves, 30 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 18


Diario de una cebollita

Día 18

Alcohol

Por Dionisio Guerra

Estoy emocionada por lo que pasó hoy. El día terminó de forma maravillosa, aunque el de ayer de una forma muy rara.
Cuando abrí la puerta, creo que mi vida cambió para siempre. El mundo hizo una espiral que recorrió en un segundo todos los rincones de mi vida y volvió nuevamente a aparecer en el segundo siguiente para hacerme ver lo afortunada que soy.
Efectivamente la reunión con los taiwaneses, había dejado a Fabián totalmente vulnerable, demostrándome que era un hombre dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de lograr sus metas profesionales.
Allí estaba yo, terminando de escribir como me sentía ayer cuando tocaron con fuerza tres veces a mi puerta. Tan. Tan. Tan. Después me llamaron por mi nombre y reconocí su voz. Caminé descalza hasta quedar a unos cinco centímetros de distancia. Ya lo sentía. Podía escuchar ese corazón latiendo la misma fuerza que el mío.
Entonces me decidí. Giré la perilla, halé la puerta y vi lo que quedaba de él. Fabián apenas tuvo fuerzas para mirarme y se vino abajo, literalmente. Ni el golpe despertó su equilibrio, fue difícil arrástralo a la cama. Pesa como por tres.
Le quité el saco con mucha dificultad. Luego la corbata y los zapatos. Le abrí la camisa y le quité la correa. Agarré una toalla la mojé en agua fría y se la pasé por la frente, por el cuello y por los brazos.
Cuando estuvo manejable le di de beber al menos tres vasos de agua. Recostó la cabeza a la cama. Se quedó pensando un largo rato y luego, cuando yo menos lo esperaba comenzó a llorar.
Nunca esperé verlo así. Lloraba como un niño, mientras vociferaba cosas que yo no entendía, pero que cobraron sentido cuando me dijo “Tengo que confesarte algo”.
Me puse fría. Se me subió algo caliente de la boca del estomago a la cabeza. Tragué en seco. Si me hubieran puesto a adivinar, nunca habría acertado a decir lo que me dijo. Uno no se espera esas cosas de alguien como él, un hombre maduro, inteligente, guapo y exitoso, pero así estaba pasando.
“Soy alcohólico”. En realidad sé que es un problema grave. Recuerdo como mi tía lucho toda la vida con su marido para quitarle eso, hasta que se enfermó y murió.
No supe ni de qué forma reaccionar, así que me quedé tranquilita sentada en una esquina de la cama escuchando como se desahogaba.
Me contó que estaba rehabilitado hace dos años, y que nunca debió aceptar una gota de licor, pero lo hizo por los clientes. Yo me enternecí con sus palabras. Me recosté a su lado y le tomé la mano. El seguía hablando, pidiéndome perdón a mí, a su mamá, a su papá, a sus compañeros de alcohólicos anónimos, y a toda su familia.
Nos dormimos allí los dos, hombro con hombro y las manos entrelazadas. Cuando me desperté estaba dormido como un niño. Miré el reloj y eran las once de la mañana. Me acordé que la reunión con los clientes debía continuar a las ocho. Así que jamaquié con todas mis fuerzas a Fabián. Cuando le dije para qué lo despertaba me dice, “no te preocupes, ya tengo el contrato firmando en el carro. Lo mío fue un ataque suicida”.
El se levantó y se fue a su habitación a bañarse. Yo me terminé de arreglar en la mía. Como a eso del mediodía nos fuimos. Me dijo, te tengo una sorpresa. Atravesamos varias calles de la ciudad de Colón y llegamos a una casa muy bonita, ya ni recuerdo en que calle. A recibirnos salió una viejecita, bastante arrugadita, que después me presentó como su abuela.
Yo le di la mano y ella me la jaló y me dio un abrazo. “Ya te quería conocer”, me dijo. Yo supongo que esa es otra buena señal. Las abuelitas nunca se equivocan.
Comimos con ella, una deliciosa sopa de mariscos. Mientras ella me echaba todos sus cuentos de niño, cuando se crió con ella, allí en Colón.
A eso de las tres nos regresamos a Panamá y a las cinco el ya estaba en la puerta de mi casa, despidiéndome con un saludo de mano. Me dijo que había sido un apoyo importante para no caer hasta lo más profundo de ese vicio y me agradeció con un beso en la mano los cuidados que tuve con él. Dijo que mañana pasaba a buscarme para llevarme al trabajo.
Tal vez todavía no he logrado nada, pero desde que se fue no quepo en mi pellejo. Ya quiero verlo.

lunes, 27 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 17


Diario de una cebollita

Día 17

Colón
Por Dionisio Guerra

Hoy estoy escribiendo desde una página diferente. Encontré papel y pluma y me puse a escribir un poco metida todavía en cierta felicidad que me embarga.
Mi mañana fue regular. Me levanté muy temprano, me vestí como una reina y me fui tranquila a esperar mi bus. Hacia la oficina, iba pensando mucho en todo lo que ha pasado estos últimos días. Me propuse no predisponerme a nada, dejar que el destino me sorprendiera.
Ahora que lo leo me doy cuenta que eso tal vez fue una señal que me estaba susurrando lo que pasaría hoy.
En la mañana estuvimos en una larga reunión que duró hasta un poco más del mediodía. Fabián se sentó justo al frente mío, pero durante todo el rato si acaso intercambiamos miradas unas dos veces.
Al salir me dijo que se iba a Colón a una reunión importante con unos socios asiáticos, que si quería acompañarlo.
-Ehh…debo preguntarle a mí…
-Ya sabe, es más, él me lo sugirió.
A eso de las dos de la tarde partimos. Según él a las siete de la noche estaríamos de vuelta en la ciudad. Fuimos conversando amenamente todo el trayecto como grandes amigos, como si nada hubiese pasado nunca entre nosotros, como si nos conociéramos de toda la vida.
No puedo negar que me sentí un tanto decepcionada. Esperaba que las cosas volvieran a arreglarse como hasta hace poco. Pero me conformaba con lo que estaba pasando.
Ya habíamos entrado a Colón cuando sentí el roce de su mano sobre mis dedos. No me atreví a mirarlo. Ni siquiera cuando me agarró la mano con fuerza. No dije nada, el mucho menos.
La costa atlántica nos recibió con los brazos abiertos. El cielo totalmente azul se reflejaba en la calle. Llegamos al hotel y enseguida fuimos al salón donde nos esperaban los taiwaneses.
Con su difícil español nos entretuvieron hasta las nueve, aunque la negociación debía seguir a las ocho de la mañana del día siguiente. Después de salir le murmuraron algo a Fabián y luego vino a comentármelo. “Quieren que nos tomemos unos tragos, pero sin mujeres”.
Enseguida me propuso dos opciones. La primera, que lo esperara en el hotel hasta que volviera y la segunda que nos quedáramos en el hotel hasta mañana para temprano seguir la negociación y ahorrarnos los cansones viajes de ida y vuelta.
La oferta era tentadora. Un hotel de lujo con todo pago. Lo primero que se me vino a la mente fue “Gracias a Dios, cargo un panty extra en la cartera”. Es que desde aquella vez que no quiero recordar, una delicada y fina prenda encontró domicilio fijo en mi bolso.
Le dije que nos quedáramos. Total, después de esa reunión estábamos ya lo suficientemente cansados. Ahora que él se iba a visitar los lugares más oscuros de Colón, con más razón.
Así que pedimos las habitaciones. Dos por supuesto, yo subí a la mía y él se fue con su llave. Dos horas después todavía estaba yo aquí pensando en cuándo volvería. Cuando se me ocurrió llamarlo, suena mi teléfono. Era él, sonaba raro, como tomado. Preguntó si estaba despierta que quería hablarme.
Yo le respondí que sí y me preguntó si podía visitarme, que su habitación estaba al lado de la mía. Eso fue hace como media hora y estoy aquí pensando en qué va a pasar. En si abrirle la puerta o atenderlo afuera. Tengo una gran confusión en mi cabeza.
Tocan la puerta, le voy a abrir…

jueves, 23 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 16


Diario de una cebollita

Día 16

Ladrona

por Dionisio Guerra


Aunque tengo una increíble mala suerte creo que debo empezar a ver las cosas buenas dentro de todo esto. Hoy fue uno de los peores días de mi vida, aunque si tengo que calificarlo por cómo terminó tendría que decir que fue de los mejores.
Esta mañana mi papá me dijo que se quedaría en casa, que no iría a trabajar, y que si quería me podía llevar el carro. Yo lo tomé como una señal del destino, de que las cosas podían comenzar a cambiar, porque mi papá nunca me presta su carro.
Antes de irme al trabajo decidí pasar donde Andrés. Necesitaba algunas explicaciones. El tonto me miraba como si nada desde afuera. Le dije si podíamos salir a hablar un rato y me siguió. Estaba tan meloso como siempre, pero esta vez yo, no tenía ni el mínimo detalle con él.
Cuando lo estuve al frente me sonrió. Pero ya no vi lo que vi antes, ya no encontré la sonrisa perfecta de ángel, incluso vi por primera vez que tenía un diente quebrado. Lo miré fijamente tratando de encontrar la mentira en su cara, pero él no paraba de pestañear.
Sentí también un repugnante perfume encendido en toda su camisa. ¿Cuándo pude fijarme en él? Me pregunté todo ese tiempo. Pero ahora era el momento de aclarar las cosas.
-¿Qué la trae por acá, preciosa?
-Buscando las respuestas de mi vida
-Quiero ser parte de su vida, déjeme
-¿Dónde está la pulsera que te regalé?
-La pulsera…ah, la perdí. Perdona, creo que alguien la tomó aquí en el trabajo, no la vi más.
En ese momento supe que no podía seguir perdiendo mi tiempo con un hombre que no era capaz de decirme la verdad. Me fui. Lo dejé allí parado, sonriendo. Pensando tal vez que seguía interesado en él, que volvería. Pero allí había muerto mi interés. No digo que no quiero verlo más, porque este país es tan chiquito que uno se reencuentra todos los días con la gente que menos quiere.
Me fui a la oficina un poco satisfecha de haberme quitado un peso de encima. Ya no me importó lo que él hubiera hecho, sabía que de todas formas ya no valía la pena.
Tan pronto llegué me fui a buscar a Fabián. Cuando le pregunté si tenía tiempo libre para hablar me dijo parcamente que almorzarnos. Yo me conformé. Algo me decía que dentro de toda esa indiferencia estaba todavía el hombre tierno que dejó todo para estar conmigo en Taboga.
-A las doce en el sushi, si puedes. Tengo una reunión, así que te veo allá.
Esperé impaciente cada minuto hasta el mediodía. No hablé con nadie. Cuando llegué al restaurante no había ningún estacionamiento libre. Esperé un rato a ver si quedaba uno libre. Igual él no había llegado.
Vi dos mujeres paradas frente al local. Pensé que seguro son de esas que cuando uno baja del carro quieren vender desodorante para el carro, y me dije q mi misma que las esquivaría cuando vinieran a hablarme.
Esperé unos diez minutos hasta que un cliente saliera. Tomé mi celular y salí del carro. Las mujeres intentaron acercarse, pero doble antes de que pudieran hablarme. No había ni dado diez pasos cuando recordé que había dejado la cartera en el asiento del pasajero. Me volteé para descubrir la puerta de mi carro abierta, sin la cartera.
“Las mujeres esas”, pensé. Pero ni rastro de ellas. Entré en pánico. No podía creerlo. Casi todos los que estaban en comiendo en el restaurante salieron a ver mi desgracia. Yo lloraba como una manguera, y gritaba “como una loca”, según comentó después el chef.
Al rato uno de los meseros regresó con la cédula y la licencia, las habían tirado en la calle, seguro porque no le servían de nada. Pero mis tarjetas, de crédito y de debito, mis anillos y mi maquillaje, se habían esfumado para siempre. Sobre todo mi maquillaje. Me tomó años reunir todo lo que llevada en ese bolso.
Estaba yo todavía llorando en el hombro de la japonesita dueña del restaurante cuando llegó Fabián y asustado se incorporó a la escena. Cada uno de los que estaba fue contándole un pedazo de la historia. Yo no podía hablar, porque el llanto se me atoraba en la garganta.
Me consoló. Me abrazó fuerte y me agarró la cabeza mientras me decía cosas bonitas. Contra su pecho pude sumergirme en el enloquecedor aroma de su perfume y mi cabeza comenzó a pensar locuras como “qué bueno que sucedió esto”.
Fabián me llevó a la policía. Denunciamos a las tipas y llamamos al banco para reportar las tarjetas. Llamé a mi papá para que viniera a buscar el carro porque del susto yo no podía ni manejar. Avisamos a la oficina, que no estaríamos en la tarde.
Saliendo de hacer la acusación formal, Fabián me llevó a comer. No tenía hambre, pero necesitaba una excusa para estar tranquilos y conversar.
-Supe que te opusiste a que despidieran a Rebeca.
-Fue difícil, pero…
-Pero eso habla bien de ti. A veces las personas necesitan segundas oportunidades.Después de decir eso me abrazó y me dio un beso en la frente. Luego me llevó a la casa. Cuando se iba me dio la mano. Creo que finalmente eso es una buena, señal.

lunes, 20 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 15


Diario de una cebollita

Día 15

Zorra

Por Dionisio Guerra

La vida es un cúmulo de contradicciones, pero la mía es un cúmulo de desastres. No sé si existirá otra persona sobre la tierra con la misma suerte que yo, pero siento que el destino a veces me trata muy mal. Un día creo odiar a una persona y al día siguiente estoy enamorada. Otro día abro mi corazón hacia alguien y hoy me entero que esa persona traicionó mi confianza para satisfacer sus propios intereses.
Cuando me desperté decidí que hoy iba a ser el primer día de la nueva historia de mi vida; que no me iba a preocupar tanto por encontrar el amor, si no que iba a poner todo mi esfuerzo en ser feliz y hacer feliz a los que me rodean.
Sé que metí la pata y estaba dispuesta a asumir las consecuencias de esas acciones. Así que me agarré esa actitud y me fui al trabajo. Me puse bonita. Quería derrotar a esa mala suerte que ha estado rodeándome.
Me fui con la mejor actitud, aunque sabía que en el fondo de mi aun seguía una cebollita haciéndome llorar.
Al llegar a la oficina, no pude evitar sentir desprecio por la recepcionista, aunque increíblemente hoy me recibió con una sonrisa. “¡Descarada!”, pensé, pero le respondí con una igual. Me dijo que mi jefe le había dicho que tan pronto llegara fuera a verlo a su oficina.
Me fui directo hacía allá. Lo encontré como meditando con una taza de café entre las manos. Presentí que algo muy grave estaba pasando por la cara que puso al verme. –Siéntate- susurró mientras señalaba la silla con la mano.
“Prepárate”, pensé. Cuando el comenzó a hablar no creí que cada palabra fuera cierta. El hablaba y yo lo miraba como si lo que decía no estuviera pasando.
Empezó contándome lo mucho que me quería y de lo agradecido que estaba con mi trabajo. Luego se refirió al bochornoso incidente del viernes y lamentó que él lo hubiera presentado. Pero que tratándose de una falta de ese tipo, no se podía quedar con las manos cruzadas así que pidió al Administrador copia de los videos de seguridad ese día. Resultando en unos de ellos la imagen clara de una de las colaboradoras de la empresa colgando la hoja con la denigrante frase sobre mi escritorio. La colaboradora no era la recepcionista como yo pensaba. Era la Rebeca.
No resistí y me eché a llorar allí mismo. Él se paró a consolarme. Me trajo agua. Habló muchas cosas que ya no recuerdo, como que no iba a permitir ese tipo de actos en su empresa. Cuando paré de llorar me dijo: “no estoy de acuerdo con que esta persona siga en la Firma, pero voy a dejar todo en tus manos. ¿Qué acción quieres que tomemos?”
Tragué en seco. En realidad no entendía porque él, el jefe supremo, me pedía a mí, una de sus subalternas, tomar la decisión que le correspondía. Pero allí estaba esperando una respuesta de una mujer con lágrimas en los ojos.
Lo debí meditar poco, pero respondí con lo que creo es mi corazón y le dije: “No, creo que ella merece una nueva oportunidad”. Lo que me callé fue que tal vez yo misma propicié ese comportamiento.
Él dijo que eso no se iba a quedar así y que debía ser sancionada. Así que la suspendería por unos días sin derecho a sueldo. Pensé que era suficiente. Le pedí permiso para irme. Llegué a mi escritorio aun llorosa, ante la mirada de todo el personal.
Decidí olvidarme de ese asunto y seguir mi vida normal. Eso intenté. Pero solo hasta después del mediodía cuando se apareció Rebeca con un berrinche que asustó a todos en la oficina. Literalmente arrastrándose llegó hasta mi puesto pidiéndome perdón, agradeciéndome que no la hubiera dejado sin trabajo y no sé qué cosas más.
A las cinco de la tarde, ella regresó más serena y me dijo que de verdad la perdonara, y que ella no merecía esa oportunidad, así que iba a renunciar. No intenté persuadirla. Ella tomó la decisión que yo no pude.
Cuando me iba, vi entrar a Fabián. No estuvo todo el día en la oficina. Fui hasta su puesto y le dije que si podíamos conversar. Me dijo que prefería que fuera mañana, porque ahora debía salir a una reunión. Le acepté su excusa, yo tampoco querría hablar conmigo después de lo que hice. Me despedí y me fui.
Cuando llegué a la casa todavía era de día. Me metí a la cama a pensar y a llorar. No sé si tenga el valor de rogarle a Fabián. Pero quisiera que me diera una oportunidad, porque creo que sería la última en mi vida para ser feliz. :’(

jueves, 16 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 14




Diario de una cebollita

Día 14

Domingo


Por Dionisio Guerra

¿Quién en el mundo, después de hacer algo como lo que hice, quiere seguir viviendo? Hoy me levanté temprano, pero no hice ningún intento por salir de mi cuarto. Tampoco me moví de la cama. Estuve despierta mirando al techo, recordando lo que pasó y estrujándome el momento en que decidí hacer las cosas de esa forma.
Permanecí así por más de ocho horas. Llorando en silencio, volviéndome loca. Otra vez comenzaba a sentirme sola. Otra vez sentía que no valía nada para el mundo. Sigo pensando que perdí una excelente oportunidad.
A eso de las cinco de la tarde mi mamá vino a tocarme la puerta. La ignoré por varios minutos. Me gritó que me vistiera que íbamos a ir donde mi tía a una reunión familiar. “NO”, le grité desde mi cama, sin moverme.
-Es que ya viene Aldo a buscarnos…y trae a su novia- dijo ella, sabiendo que a eso no podría negarme.
Aldo es mi primo favorito. Compartimos juntos desde que éramos niños, y es casi como mi hermano. Nunca he podido decirle no a algo que él diga. Por eso mi mamá sabía que diciéndome eso lograría sacarme de la muerte en la que estaba sumida.
Me bañé. Me puse un jeans holgado, un suéter ancho, me recogí el pelo con un gancho. No me maquillé ni me puse perfume. Desempolvé mis zapatillas de ejercicios y me puse mis medias rosadas favoritas.
Mi primo pitó desde afuera. Su novia venía en el puesto del copiloto, pero ni siquiera reparé en ella. Mis papás y yo nos sentamos atrás. Aldo hablaba y hablaba con mi mamá, mientras yo indiferente solo miraba por la ventana.
Un “hola” entusiasta me devolvió a la vida. Era la novia de Aldo saludándome. Mientras ella me miraba sonriente, yo intentaba descifrar su alegría. “¿No te acuerdas de mí?, en el Yate, con Fabián. Tu llevaste el dulcecito”.
Mis papás voltearon a mirarme. Yo solo asentí con la cabeza y voltié la mirada a la calle. Efectivamente, fue ella la que dijo despectivamente que yo era una “simple secretaría”. Afortunadamente mis tíos viven cerca, porque no tenía ganas de dar explicaciones.
Cuando llegamos ella no paraba de hacerme preguntas sobre Fabián. Decía que era la primera vez que lo veía enamorado, que muchas del grupo, incluso ella, estuvieron detrás de él, pero que a nadie le hizo caso. Yo quería agarrarla y cerrar le la boca con clavos, pero ni siquiera tenía las fuerzas ni la moral para hacerlo.
Lo peor vino después. Mientras estuvimos en la cena, ella no paraba de hablar y de pronto no sé porqué ni con qué motivos comenzó a contar ante toda mi familia, cómo me conoció. La historia de cuando esta idiota llegó al Yate con un dulce miserable a tratar de impresionar a un exitoso empresario, consiguiendo su total atención.
Yo me moría de la vergüenza. Ni siquiera la eterna discusión de mi papá con mis tíos sobre Hugo Chávez hizo que la familia se olvidara de lo que se dijo en la mesa sobre mí.
Salí al patio a tomar aire. En realidad iba con intenciones de reventar mi llanto, pero detrás de mí se fue la mujer esa a seguir hablándome de Fabián. “No dejes que se escape, es un gran hombre”.
Nos llevaron a casa a eso de las once de la noche. En el carro ya nadie comentó nada. Todos entendían por lo que estaba pasando.
En mi cuarto, mi cama estaba esperándome, todavía bañada en lagrimas. Me sentí hundida en una terrible culpabilidad. No he dejado de llorar desde entonces.

lunes, 13 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 13


Diario de una cebollita

Día 13

Roto


Por Dionisio Guerra


Desastre. He sido una tonta. Creo que estoy pagando caro el hecho de haber actuado de una forma tan deliberada, sin analizarlo ni pensarlo. Tal vez merezco lo que me está pasando ahora. Me siento tan estúpida, que no puedo parar de llorar.
Como es sábado, me levanté después del mediodía. Tenía varias llamadas y mensajes, tanto del colombianito, como de Fabián. A ninguno le respondí. Todavía no tenía ganas de dejar de sentirme enferma, por lo de la regla, pero como no tengo a nadie que haga las cosas por mí, me puse a lavar la ropa. Luché para sacar la mancha de sangre de mi pantalón favorito, pero no pude. No tuve otro remedio que tirarlo a la basura. Me puse triste. Algunas veces pienso que le tengo más cariño a la ropa que a la gente. Además de que ese pantalón, hacía maravillas por mi cuerpo.
Me pasé la tarde en el cuarto, leyendo y escuchando música. Me sentía algo atontada, así que no tardó mucho para que el sueño me derrotara. Debí estar dormida un par de horas, hasta que mi mamá vino a tocarme la puerta y a avisarme que tenía visita. Pensando que era Andreita salí así mismo: recién levantada, despeinada, sin maquillaje y en camisón.
Lo que mi mamá no dijo fue que mi visita era Fabián. No tenía cara para mirarlo. Estaba paradito allí en nuestra sala con un globo que decía “get well soon”, como un niño de catorce años. En ese momento lo amé. Creo que nunca nadie ha estado tan atento a mí, como lo ha hecho él.
Llevaba rato conversando con mi mamá y le había sugerido no molestarme. Pero ella insistió y fue la que me levantó. No quiero imaginarme las cosas que dijo, pero no me importaba. Creo que el era el príncipe azul que había estado buscando.
Me dijo que como no le contesté decidió hacerme una visita para comprobar que estaba bien. Yo, y no se porqué escogí la peor excusa del mundo, le dije que no lo llamé porque no tenía saldo.
Me preguntó si quería salir a cenar con él. No podía decirle que no. “Tienes que esperar que me cambie”, le dije. Entonces el dijo algo que ojalá nunca se le hubiese ocurrido : “Bueno, entonces yo voy a una tienda que hay aquí en la esquina a comprar una tarjeta para tu celular”.
Cuando me escuché eso me viré, pero ya estaba saliendo. Crucé los dedos. Decía yo que Dios no era tan cruel para hacer algo en mi contra.
Veinticinco minutos después, yo estaba lista y él no había llegado. Cuando salí, estaba afuera de su carro mirándose las manos.
-¿Qué pasó?
-Hoy me rompiste el corazón.
Entonces me entregó lo que tenía en su mano derecha: Una tarjeta de celular. Luego abrió la izquierda y dejó caer sobre la palma de mi mano la pulsera que le había regalado a Andrés.
Me puse fría. No me atreví a mirarle a la cara.
-Solo le di tres dólares para comprarla. Si no te diste cuenta tiene tus iniciales.-Me dijo mientras se le quebraba la voz. Después de eso se fue.
Yo me quedé helada mirando la maldita pulserita. Brillaba más que nunca. Cuando entré mi mamá solo me lanzó una mirada como de "¿qué hiciste ahora?". Caminé a mi cuarto, así vestida como estaba y me tiré a llorar.
Aquí sigo. Me da miedo llamarlo. Me da miedo preguntarle. Me da miedo perderlo. :’(

jueves, 9 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 12





Diario de una cebollita

Día 12

Sangre
Por Dionisio Guerra

Hay un momento en la vida de toda mujer que pasa por lo que me tocó pasar a mí hoy. Yo siempre dije que estaría preparada, con la protección en mi cartera lista para usar cuando sucediera. Pero me agarró desprevenida. Todavía estoy llorando la experiencia.
Hoy no ha sido un día normal. No sé ni cómo definirlo. Anoche, después que despedí a Andrés de la casa y de buscar infructuosamente mi “rollo”, decidí que eso no podía pasar de tonta al confiar en un tipo que actuó de esa forma casi delictiva.
Aunque el colombianito me encanta, decidí que me iré con cuidado y lo mantendré lo más al margen que pueda. Eso no significará que deje de verlo, aunque por ejemplo hoy decidí no pasar por la tienda a recargar la cuenta de mi teléfono (aunque me moría de ganas).
En el trabajo no fue el mejor día. Llegando, me topé a mi jefe en la recepción, y me pidió que le actualizara sobre unos clientes que tenemos en la Zona Libre. Mi jefe es un hombre mayor, pero bonachón y me tiene mucho cariño. Realmente tenemos una buena química dentro del respeto. Pero aún así que él presenciara lo que le tocó en la mañana, me causó una vergüenza tal, que aun no me repongo.
Cuando me pidió ver el contrato con ellos, le dije que lo tenía en mi escritorio. Me dijo que lo buscáramos porque le urgía. En el camino me iba molestando, diciéndome que estaba rebajando y que eso significaba que estaba enamorada. Ni siquiera tuve oportunidad de soltar una sonrisita, porque antes de llegar a mi puesto, presenciamos la barbaridad que allí estaba ocurriendo.
Yo me quedé muda y él ni se diga. Una hoja de papel blanco con letras rojas se posaba sobre la pared de mi escritorio con la nada enorgullecedora frase: “La zorra eres tú, por si no te has dado cuenta”.
No sé cuánto tiempo estuve parada frente a eso sin creer lo que veían mis ojos. Pero de repente reaccioné, lo arranqué, lo hice una bola y lo tiré al tinaco. Le busqué el contrato a mi jefe, se lo entregué y salí corriendo a llorar al baño. Estuve allí unos veinte minutos y cuando salí, estaba paradito, con el contrato todavía en la mano, esperando que saliera.
Me dijo que lo acompañara a su oficina y me interrogó al respecto. Le dije que mi sospecha, casi segura, era de la recepcionista, pero que no podía asegurar nada. Luego de decirme, que esas cosas pasan y que debía tranquilizarme, me prometió sancionar a la responsable si se podía comprobar quién fue.
Seguí trabajando intentando hacerme la idea de que nada había pasado. Pero al mediodía llegaría mi verdadero martirio de ese día. Salí sola a comer. Fabián no estaría toda la mañana. Además, no quería tener contacto con nadie de la oficina.
Llegué a un restaurante cercano de comida rápida. Pedí una hamburguesa doble para calmar mi decepción. Me senté sola en una esquina, no quería que nadie se me acercara. Pero cuando le daba la primera mordida a mi almuerzo algo dentro de mí se movió.
De forma fluida, la regla, que debía bajarme en tres días hizo su aparición inesperada. Sentí que me bajó abundante, más que la cantidad habitual. Vestida con un pantalón ajustado, de un color crema bastante notoria, era casi imposible que en ese momento ya no estuviera manchada.
El restaurante lleno y yo ya debía estar bañada en un charco de sangre. No quería ni mirar. Para colmo de males, el baño estaba en la esquina contraria a la mía, lo que significaba que debía atravesar por la mitad del restaurante para ir hasta allá.
Pude estar por unos quince minutos allí sentada. Lo único que se me ocurrió fue agarrarla bandeja, taparme atrás y salir corriendo. Al llegar al baño comprobé mi mayor miedo, mi pantalón tenía una extensa barra de sangre totalmente obvia. Me encerré en uno de los cubículos me quité el pantalón y el panty, casi rojo gracias al accidente.
Me asomé y como no vi a nadie, salí al lavamanos a intentar quitar la mancha con agua en el panty. Es decir, lo hice desnuda. No puede totalmente, hacerlo por lo incomodo de la situación, pero así mismo me lo puse. Luego procedí a hacer lo mismo con el pantalón. Esta vez al menos, tenía el la ropa interior puesta.
Al rato entró una muchacha, que al verme casi pega un grito del susto. Yo la miré con mi mejor cara y le dije: “Emergencia”. Ella busco en su cartera, sacó algo de la cartera y lo dejó sobre el lavamanos y salió tan despavorida como entró. Era un protector diario, que aunque no me sirvió de mucho, por lo abundante del fluido, controló mi nerviosismo.
Después de lavar mi pantalón estuve por al menos media hora parada bajo el secador de manos tratando de secar mi pantalón. Llamé a Fabián para que me auxiliara, pero demoró unos veinte minutos más. Otra de las buenas samaritanas que pasó me prestó un abrigo, que al menos me ayudó a salir del restaurante.
“Llévame a mi casa rápido por favor y no hablemos del tema”, le dije a Fabián cuando llegó. Él con su mejor intención intentó levantarme el animó haciendo chistes sobre lo que me acababa de pasar. Definitivamente no sabe tratar con mujeres, aunque debo reconocer que hizo que me riera de mi misma.
Pero mi risa paró cuando me enseño su muñeca. Tenía una pulsera igual a la que me había regalado. Me preguntó por la mía y le dije que se me había quedado en la casa. “Te dije que me recuerda a ti, por eso la llevaré conmigo siempre”. Eso fue una estacada directa a mi cabeza. Ojala que esa sea la última vez que lo pregunte.
Fabián me dejo en casa, con un besito en la mejilla. Al menos va avanzando. Le rogué que entendiera que no me sentía bien y que necesitaba estar sola un rato. Prometió llamar luego.
Fui enseguida a asearme. Cuando vi toda esa sangre no pude evitar llorar. Creo que es “síndrome menstrual”, que eleva mis hormonas al suicidio y hace que mis lágrimas broten fácilmente.
Me acostaré a dormir temprano. Si es que la palabra “zorra” me deja dormir.

lunes, 6 de julio de 2009

Diario de una Cebollita: Día 11


Diario de una cebollita

Día 11

Pulsera



Por Dionisio Guerra



Si cierro los ojos todavía está el recuerdo fresco de su sonrisa. Cuando lo describo como un ángel no estoy exagerando. El colombianito acaba de sorprenderme en plena noche, emocionándome, como si hubiera bajado con alas del cielo.
Pero ahora tengo que echar para atrás. Digamos que fue un día sorpresivo. Ya iba en el bus, cuando Fabián me llamó para ver si pasaba por mí, así que quedamos en vernos en la oficina. Mi primer mensaje de texto del día fue uno de Rebeca anunciando: “La sorpresa ya te espera”. Me emocioné. Quería llegar rápido al trabajo para ver de qué se trataba.
Otra vez la chica de la recepción hizo una mueca cuando me vio. Pero no me importó, que se muera de envidia. Poco a poco, con cada paso, mi corazón duplicaba su aceleración. Mientras avanzaba los demás compañeros estuvieron atentos de mí. ¿Qué sería esa sorpresa que los tenía a todos atentos? Pasé por donde Rebeca y se fue conmigo. Ella quería ver mi cara.
Allí estaba. Frondoso. Divino. Real. Un ramo de rosas rojas tamaño moderado, pero hermoso. La verdad aunque mi primera reacción fue la de una chiquilla de quince años, después caí en cuenta de lo que podía provocar.
El caso es que uno de los jefes, por primera vez en la historia de esa oficina, estaba saliendo con una subalterna, y no sé en otras, pero en esta eso era un gran lio. El problema no es el hecho en sí, si no la reacción del resto del equipo. Aquí siempre ven un dinosaurio en una hormiga, así que tendría que andar con cuidado.
La tarjeta con las flores decía: “VEN A VERME”. Así que eso fue lo primero que hice. Iba en son de reclamarle, porque al final de cuentas, aunque me muriera de la alegría, había sido un hecho desacertado hacerlo público en el área de trabajo, pero no contaba con su astucia.
Tan pronto entré, me pidió que cerrara la puerta. Luego me rogó que por favor no dijera una palabra antes de que el acabara de hablar. Lo hice.
Me dijo que se sentía muy apenado por lo que había pasado en la mañana del otro día (seguro mi panty no lo entenderá), pero que en realidad se juntaron muchas cosas que lo obligaron a actuar así. La primera y más importante, según él, es su inexperiencia con las mujeres.
“Soy un hombre de 36 años, exitoso en mi profesión, pero con una tremenda mala suerte con las mujeres. Nunca he tenido una novia real. No sé cómo tratar a las mujeres”.
Dice que yo lo intimidé, pero que ojalá y todo hubiese pasado como debía pasar. El seguía hablando, mientras yo muda, pensaba si esto no era otra humillación más. Me dejé escucharlo. Cerré los ojos sin cerrarlos y abrí bien mis oídos. Mi olfato captó su perfume, mi talón de Aquiles, y de repente sus palabras comenzaron a sonar melodiosas. Tienes razón yo fui la arrimada y tu eres un indefenso virgen. Sigue hablando ven bésame. Perdón, estuve hablando dormida.
Ahora sí. Luego me dice: “tengo dos sorpresas para ti. Una buena y la otra mejor”. Le digo que me quiero conocer primero la mejor y me pone en la mano una pulserita de chaquira con un dibujo de la bandera. Creo que puse cara de “esperaba algo mejor”, pero el dijo que estaba seguro que me gustaría porque tan pronto la vio se acordó de mi. Entonces me dice: “de esto si no estoy seguro” y me da una bolsa con una caja adentro. La abrí y era un maravillosos, moderno y fashion celular, en rosado mi color favorito. Le di las gracias y le negué el regalo, a pesar de que estaba fascinada. No tuvo que decir mucho para convencerme. Me acerque a él, le agradecí con un abrazo y fue cuando me dijo “quiero ser alguien importante en tu vida, pero tienes que ayudarme”. Le dije que si, mientras me derretía sobre el aroma en su saco.
Más tarde viene Rebeca y me pregunta si vi lo que estaba en el baño. Como gran curiosa me fui directo allá a ver de qué se trataba. En el espejo habían escrito con lipstick rojo “ZORRA”. La verdad puedo pensar que alguien, como la recepcionista, pudo hacerlo por celos por lo de Fabián, pero no le di importancia.
Con mi nuevo celular en manos, Fabián me llevó a casa. Pero como quería saldo para probar mi nuevo celular me fui caminando a la tienda de Andrés a comprar una tarjeta de celular. Desde antes de entrar nos vimos y desde el vidrio ya me sonreía.
Le pedí la tarjeta para el teléfono, el contoneo que llevaba delataba mi nerviosismo, cuando abrí la cartera para pagar y que me topo con la bendita pulsera traída de Chiriquí. Le digo: “mira, para que te acuerdes de mí”. Pelo los ojos como un niño frente a Santa Claus, y casi que salta la vitrina para agradecerme.
Me fui a casa sin pensar en eso, tal vez más emocionada por mi nuevo teléfono. Pero como a las 10 de la noche recibí un mensaje de texto. Pensé que era Fabián así que corrí a asomarme. El mensaje decía: -Gracias. Es lo mejor que alguien ha hecho en Panamá por mi-. Enseguida lo llamé: Dijo que agarró mi número del recibo del celular. Me asusté, después me preguntó si podía ir a verme, le dije que quizás otro día, pero soltó la frase “Estoy afuera”.
Yo que ya estaba en piyama, corrí hacia la puerta. La entreabrí y asomé mi cabecita. Lo primero que me dice es: “qué bonito eso”, señalando a mi cabeza. Era el rollo que tenía en la galluza que no me lo había quitado. Lo tiré por donde pude y le seguí hablando.
Lo hice confesar. Dijo que la primera vez que fui a la tienda me siguió porque le encanto. No supe que pensar. Me asusté, pero al mismo tiempo me gustó. Le dije, es tarde, así que no podemos hablar mucho porque mis papás duermen.
Lo despedí. Me dijo que llamaba mañana. Ahora no sé qué pensar. Me siento alegre, pero intranquila. Trataré de dormir, mañana será otro día.

domingo, 5 de julio de 2009

La magia de SOUR: "Hibi no neiro"

Otro gran video que no puedo dejar pasar sin referenciar. Se trata de la banda japonesa SOUR y la canción “Hibi no Neiro”. El video es un estupendo ejemplo de colaboración llevaba a su máxima expresión. Los que aparecen en el video son fanáticos de la banda que ganaron un concurso para salir, precisamente, allí.
La edición es simplemente mágica. Diez puntos para ellos.

sábado, 4 de julio de 2009

Por abajo

Genial. Me encontré con este cortometraje llamo Surface, dirigido por el director Varathit Uthaisri, el cual utiliza una visión muy particular del mundo: Desde abajo.
Pueden ver más detalles del proceso creativo en su web oficial http://surfacefilm.com/


SURFACE : A film from underneath from tu on Vimeo.

jueves, 2 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 10


Diario de una cebollita

Día 10

Mensaje de Texto
Por Dionisio Guerra

Dormí relajada. Creo que esa sonrisa al final del día, me hizo olvidar todos mis problemas.
Como me quedé sin plata, en la mañana mi papá me dio veinte dólares para que al menos llegara al trabajo, pero lo primero que hice fue pasar por la tienda de celulares. Mi intención era ser atendida otra vez por el precioso galán, pero otra vez el me vio primero y me sorprendió apareciéndose mágicamente a uno de mis costados.
“¡Volviste!”, me dijo. Yo sonreí. En realidad no tenía palabras. Él habló todo el tiempo. Me preguntó mi nombre, a qué me dedicaba, cuantos años tenía y finalmente que se me ofrecía.
“Quiero el celular que me enseñaste ayer, el de diez dólares”, le respondí yo.
Trajo una caja, sacó el equipo, lo probó, me enseñó que estaba en perfecto estado, lo volvió a empacar y lo puso en una bolsa. Todo lo hizo sin dejar de mirarme a los ojos. Estoy segura que Mr. Colombia estaba coqueteando conmigo.
Me despedí con mi teléfono de juguete en la mano, el solo volvió a sonreír iluminando mi día.
En la oficina la recepcionista me recibió con la noticia de que Fabián me había estado llamando y que dijo que le devolviera la llamada “urgente”. Pude notar la mueca de la “señorita” cuando me dio el mensaje.
Después de rescatar mi wallet, me dedique a leer los treinta y dos correos electrónicos de él. “¿Dónde estás?”, “¿Estás bien?”, “Contéstame una vez, por favor”, “¿Estás molesta?”.
Para ese momento regresaba a mi el Fabián que estuvo ausente de mis pensamientos. Lo llamé enseguida y le expliqué todo. “No te preocupes”- me dijo con mucha seguridad- “Mañana mismo resolvemos eso”. Según él, esa misma noche regresaba de Chiriquí.
Rebeca vino para actualizarse de todo, pero cuestionó mi ilusión por el vendedor de celulares. Puso en balanza al alto ejecutivo y socio de una firma importante contra un empleado, quizás ilegal, de una tiendita de celulares de un barrio cualquiera de la ciudad.
“Con todo y lo raro que es, yo me quedaría con Fabián”, dijo ella.
Probé mi nuevo teléfono. Para ser sencillo y barato era muy práctico y bonito. Pensé que era otra señal del destino y que así mismo era Andrés. Tal vez no sería un gran empresario, pero era justo lo que yo necesitaba.Le escribí a Fabián contándole de mi teléfono y me llamó enseguida. Me dijo que le alegraba mucho, pero que ya me tenía sorpresa, que no me encariñara.
Me imaginaba su sorpresa y no resistí las ganas de contárselo a Rebeca. –Creo que me alguien me compró un celular- escribí en el mensaje de texto. Al rato, que se apareció Rebeca le pregunté por el mensaje y me dice que nunca le llegó. Para asegurarme, porque así soy, revisé la lista de mensajes enviados y ¡Sorpresa! El mensaje nunca le llegó a ella, porque equivocadamente se le lo envié a Fabián.
Que vergüenza. Imagino las palabras que dijo cuando lo leyó, había sido nuevamente ridiculizada antes sus ojos. Intentando remediarlo le escribí -…y si es así, me pondría muy brava porque ya compré uno-.
No me respondió nada. Espero que nunca lo haga. Qué bochorno.Camino a casa decidí hacer una parada estratégica en la tienda de teléfonos celulares, con la excusa de recargar el saldo de mi celular. Otra vez el colombianito me recibió y con su gran sonrisa, otra vez caí a sus pies.
Me fui contenta a casa otra vez.