jueves, 2 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 10


Diario de una cebollita

Día 10

Mensaje de Texto
Por Dionisio Guerra

Dormí relajada. Creo que esa sonrisa al final del día, me hizo olvidar todos mis problemas.
Como me quedé sin plata, en la mañana mi papá me dio veinte dólares para que al menos llegara al trabajo, pero lo primero que hice fue pasar por la tienda de celulares. Mi intención era ser atendida otra vez por el precioso galán, pero otra vez el me vio primero y me sorprendió apareciéndose mágicamente a uno de mis costados.
“¡Volviste!”, me dijo. Yo sonreí. En realidad no tenía palabras. Él habló todo el tiempo. Me preguntó mi nombre, a qué me dedicaba, cuantos años tenía y finalmente que se me ofrecía.
“Quiero el celular que me enseñaste ayer, el de diez dólares”, le respondí yo.
Trajo una caja, sacó el equipo, lo probó, me enseñó que estaba en perfecto estado, lo volvió a empacar y lo puso en una bolsa. Todo lo hizo sin dejar de mirarme a los ojos. Estoy segura que Mr. Colombia estaba coqueteando conmigo.
Me despedí con mi teléfono de juguete en la mano, el solo volvió a sonreír iluminando mi día.
En la oficina la recepcionista me recibió con la noticia de que Fabián me había estado llamando y que dijo que le devolviera la llamada “urgente”. Pude notar la mueca de la “señorita” cuando me dio el mensaje.
Después de rescatar mi wallet, me dedique a leer los treinta y dos correos electrónicos de él. “¿Dónde estás?”, “¿Estás bien?”, “Contéstame una vez, por favor”, “¿Estás molesta?”.
Para ese momento regresaba a mi el Fabián que estuvo ausente de mis pensamientos. Lo llamé enseguida y le expliqué todo. “No te preocupes”- me dijo con mucha seguridad- “Mañana mismo resolvemos eso”. Según él, esa misma noche regresaba de Chiriquí.
Rebeca vino para actualizarse de todo, pero cuestionó mi ilusión por el vendedor de celulares. Puso en balanza al alto ejecutivo y socio de una firma importante contra un empleado, quizás ilegal, de una tiendita de celulares de un barrio cualquiera de la ciudad.
“Con todo y lo raro que es, yo me quedaría con Fabián”, dijo ella.
Probé mi nuevo teléfono. Para ser sencillo y barato era muy práctico y bonito. Pensé que era otra señal del destino y que así mismo era Andrés. Tal vez no sería un gran empresario, pero era justo lo que yo necesitaba.Le escribí a Fabián contándole de mi teléfono y me llamó enseguida. Me dijo que le alegraba mucho, pero que ya me tenía sorpresa, que no me encariñara.
Me imaginaba su sorpresa y no resistí las ganas de contárselo a Rebeca. –Creo que me alguien me compró un celular- escribí en el mensaje de texto. Al rato, que se apareció Rebeca le pregunté por el mensaje y me dice que nunca le llegó. Para asegurarme, porque así soy, revisé la lista de mensajes enviados y ¡Sorpresa! El mensaje nunca le llegó a ella, porque equivocadamente se le lo envié a Fabián.
Que vergüenza. Imagino las palabras que dijo cuando lo leyó, había sido nuevamente ridiculizada antes sus ojos. Intentando remediarlo le escribí -…y si es así, me pondría muy brava porque ya compré uno-.
No me respondió nada. Espero que nunca lo haga. Qué bochorno.Camino a casa decidí hacer una parada estratégica en la tienda de teléfonos celulares, con la excusa de recargar el saldo de mi celular. Otra vez el colombianito me recibió y con su gran sonrisa, otra vez caí a sus pies.
Me fui contenta a casa otra vez.