Diario de una cebollita
Día 13
Roto
Día 13
Roto
Por Dionisio Guerra
Desastre. He sido una tonta. Creo que estoy pagando caro el hecho de haber actuado de una forma tan deliberada, sin analizarlo ni pensarlo. Tal vez merezco lo que me está pasando ahora. Me siento tan estúpida, que no puedo parar de llorar.
Como es sábado, me levanté después del mediodía. Tenía varias llamadas y mensajes, tanto del colombianito, como de Fabián. A ninguno le respondí. Todavía no tenía ganas de dejar de sentirme enferma, por lo de la regla, pero como no tengo a nadie que haga las cosas por mí, me puse a lavar la ropa. Luché para sacar la mancha de sangre de mi pantalón favorito, pero no pude. No tuve otro remedio que tirarlo a la basura. Me puse triste. Algunas veces pienso que le tengo más cariño a la ropa que a la gente. Además de que ese pantalón, hacía maravillas por mi cuerpo.
Me pasé la tarde en el cuarto, leyendo y escuchando música. Me sentía algo atontada, así que no tardó mucho para que el sueño me derrotara. Debí estar dormida un par de horas, hasta que mi mamá vino a tocarme la puerta y a avisarme que tenía visita. Pensando que era Andreita salí así mismo: recién levantada, despeinada, sin maquillaje y en camisón.
Lo que mi mamá no dijo fue que mi visita era Fabián. No tenía cara para mirarlo. Estaba paradito allí en nuestra sala con un globo que decía “get well soon”, como un niño de catorce años. En ese momento lo amé. Creo que nunca nadie ha estado tan atento a mí, como lo ha hecho él.
Llevaba rato conversando con mi mamá y le había sugerido no molestarme. Pero ella insistió y fue la que me levantó. No quiero imaginarme las cosas que dijo, pero no me importaba. Creo que el era el príncipe azul que había estado buscando.
Me dijo que como no le contesté decidió hacerme una visita para comprobar que estaba bien. Yo, y no se porqué escogí la peor excusa del mundo, le dije que no lo llamé porque no tenía saldo.
Me preguntó si quería salir a cenar con él. No podía decirle que no. “Tienes que esperar que me cambie”, le dije. Entonces el dijo algo que ojalá nunca se le hubiese ocurrido : “Bueno, entonces yo voy a una tienda que hay aquí en la esquina a comprar una tarjeta para tu celular”.
Cuando me escuché eso me viré, pero ya estaba saliendo. Crucé los dedos. Decía yo que Dios no era tan cruel para hacer algo en mi contra.
Veinticinco minutos después, yo estaba lista y él no había llegado. Cuando salí, estaba afuera de su carro mirándose las manos.
-¿Qué pasó?
-Hoy me rompiste el corazón.
Entonces me entregó lo que tenía en su mano derecha: Una tarjeta de celular. Luego abrió la izquierda y dejó caer sobre la palma de mi mano la pulsera que le había regalado a Andrés.
Me puse fría. No me atreví a mirarle a la cara.
-Solo le di tres dólares para comprarla. Si no te diste cuenta tiene tus iniciales.-Me dijo mientras se le quebraba la voz. Después de eso se fue.
Yo me quedé helada mirando la maldita pulserita. Brillaba más que nunca. Cuando entré mi mamá solo me lanzó una mirada como de "¿qué hiciste ahora?". Caminé a mi cuarto, así vestida como estaba y me tiré a llorar.
Aquí sigo. Me da miedo llamarlo. Me da miedo preguntarle. Me da miedo perderlo. :’(