jueves, 6 de septiembre de 2012

El vaquero: volviendo a Valencia



Como ya expliqué en el post anterior, hace unos días estuve por Corozal, el pueblo donde nacieron mis papás y donde vive gran parte de mi familia. Durante mi visita aproveché para hacer un recorrido con mi tío Darío por Valencia, el poblado (si se puede llamar así pues existían allí sólo dos casas) donde vivían mis abuelos paternos, donde nació él y sus ocho hermanos.

Allá sólo nos queda la tierra y las vacas que se pasean entre lo que antes era la casa de la familia. Sin embargo no deja de ser un lugar bonito con muchos recuerdos dando vueltas entre las ramas de lo que queda sembrado, caminando entre las patas de los caballos o impregnados todavía en la brisa.

Al principio no tenía en mente dejar evidencias del recorrido, pero comenzaron a (re)aparecer ante mí tantas imágenes hermosas de (seguramente) una de las partes del país más desconocidas y escondidas que decidí sacar el tab que llevaba conmigo y aproveché para tomar algunas imágenes del recorrido.

No sólo eran los paisajes. El aire, el silencio, el aleteo de las mariposas, mi tío con la camiseta a medio torso por el calor, el galope de los caballos... todo era perfecto, así que decidí convertirlo en un ensayo fotográfico que quiero compartir con ustedes.

A caballo. Así inició mi recorrido. Los caballos son los animales más hermosos de la tierra, además son muy intuitivos, dóciles y ágiles. Veo huellas de todos tamaños, formas y direcciones, sin embargo el caballo parece saber hacia dónde vamos.


Mamón chino. No se cuando aparecieron en Corozal, pero hace dos años no los recuerdo. Una razón más para ser feliz por estos lares.


Las riendas. Aunque el caballo sabe el camino es importante llevar las riendas. 


El río. ¿Un obstáculo? Es la oportunidad de disfrutar de imágenes como esta.



Mi tío. Darío es el hermano menor de mi papá y esposo de Marianela, hermana de mi mamá. Por estas razones tenemos un vinculo muy especial ambas familias. Su profesión es el campo. Vaquero, agricultor, hombre alegre y buen bailador.




Tierra. En Corozal la tierra es roja. Es su sello, su marca característica. En nuestros paseos de verano nuestros zapatos siempre regresaron de ese color. No es tan feo como suena.


Vacas. No amo a las vacas tanto como a los caballos, pero hay algo en ellas que me genera ternura. Mi tío sabe como manipularlas, hacer que le sigan, que paren, que den la vuelta, que regresen. Quiero aprender a hacer eso. 



Casa. Aquí quedaba la casa donde nació mi papá, pero hace casi diez años que no está. Mis abuelos se mudaron al pueblo y consiguieron vecinos y otras facilidades.


Cara de Nance. El nace existe y es delicioso. Es una fruta muy mal valorada, pero es una de mis favoritas. Amo el nance, la chica de nance, el duro de nance, el helado de nance y por supuesto la pesada de nance (Dios la bendiga).


Monte. Esto es hermoso, era los campos en los que jugaba mi papá cuando era niño y ahora le pertenecen. La paso bien de paseo, pero si me quedo solo en este lugar no sabría hacia donde agarrar.


domingo, 2 de septiembre de 2012

La mamá de la mamá de mi mamá




Hace unos días estuve por Corozal, el pueblo donde nacieron mis papás. Es un lugar casi olvidado por el mundo, en la serranía veragüense (Las Palmas), pero en el que está parte de mi corazón por varias razones, entre ellas que estoy seguro de haber sido concebido en esa parte del planeta.

Otra de las cosas por las que le tengo mucho cariño a Corozal es porque allí vive casi el 60 por ciento de mi familia. Mis abuelos, varios tíos y primos…y por allí. Prácticamente toda la gente del pueblo es mi familia. Los que no son familia por parte de mi mamá lo son por mi papá. Por eso es que hay una hermana de mi mamá casada con un hermano de mi papá y tres hermanos de mi mamá casados con sobrinas de mi papá, pero esa es otra historia, esta vez quisiera contarles de mi abuela, en realidad, bisabuela, la abuela de mi mamá.

Tuve la suerte de conocer a mis bisabuelos. A la abuela de mi papá, Estefanía “Mimi”, la conocí ya muy acabadita en una silla de ruedas, pero la recuerdo con cariño. A los abuelos de mi mamá si los conocí a los cuatro. Mis abuelos Chico y Evelina que, aunque separados, vivían en la Ciudad y los visitábamos eventualmente, y a mis abuelos José y Marcelina, que siempre vivieron en Corozal.

Ahora solo queda mi abuela Marcelina, así que mi visita en parte, tenía que ver con ella.

A su casa me fui acompañado de mi mamá. Nos acercamos sigilosamente con la intención de sorprenderla. La divisamos a lo lejos y en realidad los sorprendidos fuimos nosotros. Aunque la verdad, casi no hay sorpresas cuando se trata de ella.

Cuando yo era niño, ella ya era la abuela de mi mamá, es decir era una viejita, una linda viejita a la que amo. Siempre que llegaba a saludar estaba en algo: cosiendo, cocinando o lavando ropa a la antigua, restregando la ropa a mano.

Esta vez la encontramos cosiendo. Tiene 94 años y aún cose. No nos escuchó cuando llegamos, así que nos quedamos mirándola un rato mientras ella seguía con su costura. Mi mamá que la quiere mucho, le miraba con ojos de ternura, de hecho siempre se ha referido a ella como “mi mama”.

Un rato después la saludamos. Me miró un rato para reconocerme y me halló en su mente. Hace casi dos años que no me veía y pues ahora hasta a los más jóvenes les cuesta reconocerme. Me he puesto muy guapo.

-¿Y qué hace?-Le pregunté. La respuesta obvia fue describirlo, estaba confeccionando una colcha con retazos de tela de todos los colores y texturas. Desde niño he relacionado ese tipo de mantas con las que ella hace y estoy seguro que ese recuerdo permanecerá conmigo siempre.

Después de un rato de conversa nos dimos cuenta que no camina bien, que casi no escucha y se las arregla para ver, pero lo que si le sobran son ánimos para hacer cosas. Por su condición no tiene muchas opciones, así que la máquina de coser es su compañera más habitual.

Me dio mucha alegría ver a mi abuela en esta ocasión y sentirme niño otra vez, porque cuando estoy con ella siento que el tiempo no pasa.