lunes, 27 de julio de 2009

Diario de una cebollita: Día 17


Diario de una cebollita

Día 17

Colón
Por Dionisio Guerra

Hoy estoy escribiendo desde una página diferente. Encontré papel y pluma y me puse a escribir un poco metida todavía en cierta felicidad que me embarga.
Mi mañana fue regular. Me levanté muy temprano, me vestí como una reina y me fui tranquila a esperar mi bus. Hacia la oficina, iba pensando mucho en todo lo que ha pasado estos últimos días. Me propuse no predisponerme a nada, dejar que el destino me sorprendiera.
Ahora que lo leo me doy cuenta que eso tal vez fue una señal que me estaba susurrando lo que pasaría hoy.
En la mañana estuvimos en una larga reunión que duró hasta un poco más del mediodía. Fabián se sentó justo al frente mío, pero durante todo el rato si acaso intercambiamos miradas unas dos veces.
Al salir me dijo que se iba a Colón a una reunión importante con unos socios asiáticos, que si quería acompañarlo.
-Ehh…debo preguntarle a mí…
-Ya sabe, es más, él me lo sugirió.
A eso de las dos de la tarde partimos. Según él a las siete de la noche estaríamos de vuelta en la ciudad. Fuimos conversando amenamente todo el trayecto como grandes amigos, como si nada hubiese pasado nunca entre nosotros, como si nos conociéramos de toda la vida.
No puedo negar que me sentí un tanto decepcionada. Esperaba que las cosas volvieran a arreglarse como hasta hace poco. Pero me conformaba con lo que estaba pasando.
Ya habíamos entrado a Colón cuando sentí el roce de su mano sobre mis dedos. No me atreví a mirarlo. Ni siquiera cuando me agarró la mano con fuerza. No dije nada, el mucho menos.
La costa atlántica nos recibió con los brazos abiertos. El cielo totalmente azul se reflejaba en la calle. Llegamos al hotel y enseguida fuimos al salón donde nos esperaban los taiwaneses.
Con su difícil español nos entretuvieron hasta las nueve, aunque la negociación debía seguir a las ocho de la mañana del día siguiente. Después de salir le murmuraron algo a Fabián y luego vino a comentármelo. “Quieren que nos tomemos unos tragos, pero sin mujeres”.
Enseguida me propuso dos opciones. La primera, que lo esperara en el hotel hasta que volviera y la segunda que nos quedáramos en el hotel hasta mañana para temprano seguir la negociación y ahorrarnos los cansones viajes de ida y vuelta.
La oferta era tentadora. Un hotel de lujo con todo pago. Lo primero que se me vino a la mente fue “Gracias a Dios, cargo un panty extra en la cartera”. Es que desde aquella vez que no quiero recordar, una delicada y fina prenda encontró domicilio fijo en mi bolso.
Le dije que nos quedáramos. Total, después de esa reunión estábamos ya lo suficientemente cansados. Ahora que él se iba a visitar los lugares más oscuros de Colón, con más razón.
Así que pedimos las habitaciones. Dos por supuesto, yo subí a la mía y él se fue con su llave. Dos horas después todavía estaba yo aquí pensando en cuándo volvería. Cuando se me ocurrió llamarlo, suena mi teléfono. Era él, sonaba raro, como tomado. Preguntó si estaba despierta que quería hablarme.
Yo le respondí que sí y me preguntó si podía visitarme, que su habitación estaba al lado de la mía. Eso fue hace como media hora y estoy aquí pensando en qué va a pasar. En si abrirle la puerta o atenderlo afuera. Tengo una gran confusión en mi cabeza.
Tocan la puerta, le voy a abrir…