lunes, 1 de junio de 2009

Diario de una cebollita: Día 1


Diario de una cebollita

Día 1

Huelo el cielo
Por Dionisio Guerra

Hoy fue un día complicado, y como todas las noches estoy llorando. Tuve una discusión fuerte en el trabajo con uno de los nuevos socios. Cuando alguien cuestiona mi trabajo, me transformo. Me ha pedido una tarea, pero me presiona porque la quiere en el tiempo que dura un relámpago. Al parecer es difícil complacerles, pero no me he quedado callada. Es un tipo insoportable, me ha arruinado la tarde. No he estado de buen humor para nadie y he tenido que ir a llorar quince minutos al baño.

Por quedarme haciendo el trabajo que me solicitó he perdido el último bus a la ciudad. Esperé otro, de una ruta que desconozco, por más de una hora y finalmente tuve que hacer un trasbordo.

Tan pronto me subí al bus, caí rendida en el asiento. Debí dormir unos quince minutos. Desperté para darme cuenta que estaba en medio de un tranque por poco perpetuo. La lluvia que había caído en la tarde, mientras yo lloraba sobre el excusado, tapó las alcantarillas, inundando las calles y ocasionando que el tráfico se trastornara. Pero ahora, a diferencia de hace un cuarto de hora, no estaba sola en el asiento chueco del diablo rojo, un hombre se había sentado a mi lado.

Ese asunto no hubiera sido relevante en otro momento, pero tan pronto abrí los ojos comenzó a perturbarme. El hombre, al que nunca pude verle la cara, llevaba encima un perfume que me puso loca. Si, lo acepto, soy una mujer un poco desequilibrada, a la que le vuelven loca los aromas exquisitos.

No encontraba forma de mirarle la cara. Me acomodé de todas las formas posibles, pero no encontré una manera no obvia en que lo hiciera. Era un olor tan delicioso, que desapareció parte de mi vergüenza y decidí ser un poquito atrevida.

Haciendo que me estiraba, pegué todo mi cuerpo a su torso. Su primera reacción fue acomodarse, claramente alejándose de mi y mis intenciones. Pero como estaba decidida, lo hice una vez más. Esta vez su reacción fue la contraria y al acomodarse, lo hizo acercándose a mi lado, quedando totalmente unidos, cual siameses.

Mientras él hacía eso nos imaginé juntos, cara a cara observándonos. Mi siguiente respuesta fue un poco más arriesgada, comencé a rozar mi pierna contra la suya. Primero fue de forma discreta, y luego con más intensidad. El primer minuto él se paralizó. Sentí como su cuerpo dejó de vibrar. Para ese entonces, en el bus ya no cabía un alfiler, así que mi osadía cobraba el doble de riesgo.

Minuto y medio después de recibir mis despiadadas caricias, al parecer cedió. Primero con un movimiento sutil, que de no haberse repetido unos segundos más tarde hubiera creído que fue involuntario. El contacto aumentaba, cada vez con mayor fuerza.

No puedo asegurar cuanto duró, pero por varios minutos me desaparecí de este mundo. Creo que volé demasiado alto, porque cuando volví en mí, el paisaje de la ventana me hizo caer en cuenta que ya habían pasado tres paradas de donde debía bajarme.

Me levanté lo más rápido que pude, aún sin ver la cara del que desde ahora sería el hombre de mis sueños, y bajé como pude del bus. Por la ventana, con el tumulto de gente que había, sólo alcancé a ver a lo lejos, dos ojitos borrosos que se alejaron de mí, sin poder distinguir su rostro completo. Caminé desde allí hasta la casa por casi cuarenta minutos, sin dejar de pensar en el poderoso perfume que me había cautivado esa tarde y el calor que provocaron los roces entre su posesor y yo.

Entré al cuarto sin saludar a mis padres, y me eché a llorar en la cama, por haber perdido el amor de mi vida de esa forma... :’( y ahora, mientras escribo esto, todavía siento su presencia en mi nariz.

Sobre la cebollita

Hace unas semanas camino a casa se me ocurrió una idea. Esa idea tan pronto me senté en la computadora fue tomando forma. Se trata de una serie de historias, reales, contadas en forma de diario. Historias que me han contado, que he visto o que he escuchado.
Hoy pretendo hacer públicos los resultados de ese experimento. Es la primera vez que escribo en primera persona en femenino y créanme, no es fácil. Espero que compartamos juntos esta experiencia y vamos a ver cómo termina. Un abrazo