Tu voz aún
se escucha
como una
saloma que crece en las montañas
y viaja
como un eco en el sereno de la noche.
Nada
apagará ese silbido de nuestras vidas,
nada
borrará tu nombre de nuestros días.
No te irás,
porque tu sonrisa nos lleva de la mano
y sacude,
todavía, nuestras almas con tu amor.
No te vas,
porque nuestros caminos están dibujados sobre tus hombros
y tu
alegría sigue creciendo dentro de nosotros como un río.
Silbaré al
cielo una vez cuando quiera encontrar tu canción.
Silbaré al
cielo dos veces para que tus ojos iluminen mi vida.
Tú, sigue
entonando esa melodía, que remece las palmas con fuerza,
y acurrúcanos
hoy y mañana, como ayer.
Gracias,
Pedro.
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