Hace unos días estuve por Corozal, el pueblo donde nacieron
mis papás. Es un lugar casi olvidado por el mundo, en la serranía veragüense
(Las Palmas), pero en el que está parte de mi corazón por varias razones, entre
ellas que estoy seguro de haber sido concebido en esa parte del planeta.
Otra de las cosas por las que le tengo mucho cariño a
Corozal es porque allí vive casi el 60 por ciento de mi familia. Mis abuelos,
varios tíos y primos…y por allí. Prácticamente toda la gente del pueblo es mi
familia. Los que no son familia por parte de mi mamá lo son por mi papá. Por
eso es que hay una hermana de mi mamá casada con un hermano de mi papá y tres
hermanos de mi mamá casados con sobrinas de mi papá, pero esa es otra historia, esta vez quisiera contarles de mi abuela, en realidad, bisabuela, la abuela de
mi mamá.
Tuve la suerte de conocer a mis bisabuelos. A la abuela de
mi papá, Estefanía “Mimi”, la conocí ya muy acabadita en una silla de ruedas,
pero la recuerdo con cariño. A los abuelos de mi mamá si los conocí a los cuatro.
Mis abuelos Chico y Evelina que, aunque separados, vivían en la Ciudad y los
visitábamos eventualmente, y a mis abuelos José y Marcelina, que siempre vivieron
en Corozal.
Ahora solo queda mi abuela Marcelina, así que mi visita en
parte, tenía que ver con ella.
A su casa me fui acompañado de mi mamá. Nos acercamos
sigilosamente con la intención de sorprenderla. La divisamos a lo lejos y en
realidad los sorprendidos fuimos nosotros. Aunque la verdad, casi no hay
sorpresas cuando se trata de ella.
Cuando yo era niño, ella ya era la abuela de mi mamá, es
decir era una viejita, una linda viejita a la que amo. Siempre que llegaba a
saludar estaba en algo: cosiendo, cocinando o lavando ropa a la antigua,
restregando la ropa a mano.
Esta vez la encontramos cosiendo. Tiene 94 años y aún cose.
No nos escuchó cuando llegamos, así que nos quedamos mirándola un rato mientras
ella seguía con su costura. Mi mamá que la quiere mucho, le miraba con ojos de
ternura, de hecho siempre se ha referido a ella como “mi mama”.
Un rato después la saludamos. Me miró un rato para
reconocerme y me halló en su mente. Hace casi dos años que no me veía y pues
ahora hasta a los más jóvenes les cuesta reconocerme. Me he puesto muy guapo.
-¿Y qué hace?-Le pregunté. La respuesta obvia fue
describirlo, estaba confeccionando una colcha con retazos de tela de todos los
colores y texturas. Desde niño he relacionado ese tipo de mantas con las que ella
hace y estoy seguro que ese recuerdo permanecerá conmigo siempre.
Después de un rato de conversa nos dimos cuenta que no
camina bien, que casi no escucha y se las arregla para ver, pero lo que si le
sobran son ánimos para hacer cosas. Por su condición no tiene muchas opciones,
así que la máquina de coser es su compañera más habitual.
Me dio mucha alegría ver a mi abuela en esta ocasión y
sentirme niño otra vez, porque cuando estoy con ella siento que el tiempo no
pasa.
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