Una de las primeras cosas que aprendí en la vida fue a
silbar. ¿Por qué eso me entusiasma tanto? Porque era una característica de mi
papá. Sus días siempre estuvieron amenizados por un silbido especial, una
tonada reconfortante que guiaba sus pasos, y los nuestros, y movía el planeta,
y yo siempre iba detrás suyo buscando parecerme a él.
En los últimos siete años, mi papá padeció de
Alzheimer. Fue perdiendo su capacidad de recordar, de decirnos lo que sentía, de
reconocernos, de saber cómo nos llamábamos o quienes éramos, pero
increíblemente de vez en cuando nos sorprendía con uno de sus silbidos. A mi me
gustaba pensar que era él, el de antes, diciéndonos que estaba allí todavía y
que seguía peleando con la enfermedad, y estoy seguro de que así fue, porque no
hubo nada que el tuviese miedo de enfrentar.
Mi papá siempre fue un gran hombre. Era valiente, tranquilo,
paciente, el primero que estaba disponible cuando se necesitaba ayuda, el que
siempre sacrificaba su comodidad por el bienestar de la mayoría, el que buscaba
hacerte sonreír.
Estos últimos años fueron duros, tanto para él como
para nosotros como familia, pero me reconfortaba llegar a casa y mirarlo reír
apenas me veía o me escuchaba saludarlo. ¿Cómo estás, Pedrito?, le decía,
porque ya no reaccionaba si le decía papá y abrazarlo era uno de los momentos
más felices de mi día, y ahora no solo perdí a Pedro, si no que también se
esfumó la posibilidad de repetir ese momento.
Me ha costado procesarlo. Hemos tenido, como familia,
la semana más difícil de nuestras vidas. Esto realmente ha sido duro. No sólo
porque perdimos a nuestro papá, también porque se fue el pilar de nuestras
vidas. He pensado mucho en cómo asimilarlo, cómo seguir sin es parte, también
mía, que ya no está, y he encontrado algo de consuelo, al recordar lo que ha
sido. Pedro fue un gran hijo, un muy buen hermano, un excelente amigo, un
esposo enamorado y el mejor papá del mundo. Fue un hombre recto, serio,
respetuoso, amable, cariñoso, bueno, principalmente eso, buena persona.
Fue un padre sacrificado que se preocupó por siempre
darnos lo mejor y no permitir que nos faltara nada. Yo muchas veces lo vi
privarse de cosas para hacernos felices, y aunque lo entendí con el tiempo, y pude
agradecerle, nunca será suficiente para todo lo que nos dio y entregó sin
esperar nada a cambio. Aun enfermo no perdía su capacidad de amar o de
enamorar, de tirarle un besito a mi mamá de vez en cuando, aun cuando la estaba
pasando difícil, de tranquilizarnos con una sonrisa o con un baile a cualquier
hora del día.
Como dije antes, esta ha sido la semana más difícil de
nuestras vidas. Sin embargo, no hubiésemos podido afrontarlo sin el apoyo y el
cariño de ustedes. De nuestra familia, de nuestros amigos, vecinos, personas
que conocieron a mi papá y han tenido una palabra de aliento en estos días para
poder seguir adelante. Les damos las gracias por acompañarnos en ese momento y
ahora y esperamos que el buen ejemplo de Pedro no siga acompañando en adelante.
Pedro, Papá, Pedrito, Peter, Viejito, Papa, quiero
decirte que me siento orgulloso de ser tu hijo, de haber vivido junto a ti
tantos momentos felices. Sigue guiando mis pasos, sigue siendo mi luz, mi
fuerza. Gracias, Papa, Te amo.